‘Agustina Bazterrica: arqueología de un mundo caníbal’, por Abril Altamirano

‘Agustina Bazterrica: arqueología de un mundo caníbal’, por Abril Altamirano

octubre 7, 2024
24 min read
entrevista a Agustina Bazterrica

Leer a Agustina Bazterrica es como mirar por el ojo de la cerradura hacia el futuro nefasto al que nos arrastra nuestro ideal del progreso. Una sociedad marcada por la desigualdad, en donde reinan la manipulación y el fanatismo, se desboca de forma violenta hasta el fin de nuestro mundo como lo conocemos. En sus novelas, la narradora argentina construye con maestría este escenario aterrador, sin dejar de recordarnos a cada instante lo que nos mantiene humanos. En esta entrevista a Agustina Bazterrica, conversamos con la autora de Cadáver exquisito y Las indignas sobre aquello que alimenta su universo creativo.

Fotografía por Denise Giovaneli, tomado del sitio web Coolt.

Los universos distópicos de Agustina Bazterrica encajan perfectamente en una categoría muy específica del horror contemporáneo, en la que el epicentro de lo escalofriante es el cuerpo femenino: la forma en que este es percibido y aniquilado por la sociedad desde estructuras violentas como el extractivismo y el patriarcado. 

Tanto en sus cuentos —compilados en Diecinueve garras y un pájaro oscuro (2020)— como en Cadáver Exquisito (2017), novela ganadora del Premio Clarín, y en su última publicación, Las indignas (2023), la autora es experta en crear escenarios que bordean el horror fantástico al tiempo que nos golpean con aspectos innombrables de nuestra realidad más tangible. Heredera de la fascinación por lo insólito que caracteriza a lo mejor de la literatura rioplatense, Bazterrica es capaz de enganchar al lector más exigente con una prosa cargada de tensión, misterio e imágenes truculentas, no por ello exenta de luminosidad y poesía. 

En este diálogo virtual —grabado a inicios de 2024 y publicado, al fin, después de su visita a Ecuador como invitada a la FIL Guayaquil— conversamos sobre las problemáticas del mundo de hoy que alimentan sus distopías, tan cercanas y posibles. De la mano de Las indignas reflexionamos sobre la búsqueda de lo sagrado versus el fanatismo y la represión religiosa, y nos sumergimos en lo indomable del lenguaje para recorrer su tránsito en el quehacer literario, con sus éxitos y fracasos. Como gran estudiosa del arte y la literatura, Bazterrica no escatima al desplegar sus lecturas, placeres y obsesiones, reconociéndolos como los pilares sobre los que construye una obra que, al día de hoy, la consagra como una de las autoras más leídas y traducidas del horror contemporáneo.

Mira la entrevista en video o léela completa:

AA: Me gustaría empezar hablando de las temáticas que abordan Cadáver exquisito y Las indignas, que son similares: son distopías situadas en un futuro que no nos suena tan distante. De hecho, el trasfondo son problemáticas que estamos viviendo fuertemente en la actualidad. 

En Cadáver exquisito, imaginas un virus que hace que todos los animales ya no sean aptos para nuestro consumo, e inicia el establecimiento de un régimen caníbal, en donde cierto grupo de humanos menos favorecidos terminan siendo tratados de la forma en que tratamos a los animales de ganado. En cambio, en Las indignas abordas un escenario post-apocalíptico, después de una crisis climática como la que estamos viviendo. Hablas de guerras del agua, también aparecen las inteligencias artificiales y cómo estas pueden derivar en el surgimiento de sectas y grupos religiosos extremistas. 

Lo primero que quisiera preguntarte es: ¿Qué te impulsa a escribir ese futuro tan ligado a cosas que en realidad pueden pasar, a lo posible? ¿Por qué anticipar ese desastre?

AB: Bueno, en un sentido no hay algo racional. Inclusive, me pasó con Cadáver exquisito que la primera vez que dije “es una distopía” fue cuando ganó el premio Clarín y me hicieron la primera entrevista. Me preguntaron: “¿En qué género inscribirías tu novela?”. Pero no escribí pensando “voy a escribir una distopía”. 

Con Las indignas, lo mismo. Empecé a escribir con una imagen y fue derivando en la distopía, pero no me propuse escribir una. Al principio, estuvo todo el tema de la secta y ellas encerradas. Después, a medida que voy construyendo la historia y para darle verosimilitud, me empecé a preguntar: “¿Por qué están encerradas?”, y ahí surgió la distopía. 

Lo que tienen tanto las distopías como las utopías —que son caras de la misma moneda— es que toman elementos de la época en la que fueron escritas. En el caso de las distopías, lo llevan a los extremos. Un poco para advertir, quizás; un poco para decir “si seguimos por este camino, probablemente terminemos así”. Y en el caso de las utopías, es llevar los elementos positivos de la época en la que fueron escritas. Algo en lo que uno quisiera estar, que uno quisiera vivir. 

Pero, bueno, la palabra utopía también es el no lugar. Dada la condición humana, es muy difícil llegar a algo perfecto; pero sí creo que, a lo largo de la historia de la humanidad, hemos avanzado. Un ejemplo concreto: las mujeres no podían votar y, ahora, en muchos países pueden votar; en algunos todavía siguen sin poder estudiar, sin poder votar, etc., pero ahí hay un avance concreto. Me interesa pensar la realidad en la que estamos llevándola al extremo, teniendo muy en claro que lo que vemos hoy, lo que percibimos hoy, puede no estar mañana.

AA: Sí, justamente esto que has mencionado, como sociedad sentimos que estamos avanzando hacia un mundo mejor. Sin embargo, novelas como las tuyas, como las de Margaret Atwood, nos hablan de una distopía en donde los avances de la humanidad se detienen y hay una especie de retroceso. En Las indignas vemos que las chicas están encerradas en un claustro, con un régimen súper fuerte de superioridad masculina. Es un ambiente muy oscurantista, está prohibido preguntar, dudar. Todos los avances del conocimiento, de la tecnología, que nos han permitido acceder a la información para describir nuestro mundo, ya no están más. Volvemos a ese momento en que la única forma de relacionarnos con la realidad y con las cosas que no entendemos es la fe. Pasa algo similar en algunos universos distópicos que han creado lxs autorxs de nuestra época. ¿Eso implicaría que la humanidad está llegando a su pico de desarrollo, de evolución, y estamos enfrentando cierto retroceso? ¿La distopía posible es un retroceso?

AB: Para mí tiene que ver con varias cosas. Primero, hay un tema de la condición humana, que es: por más que haya cierto avance en la civilización, si hay casos extremos, por ejemplo, un apocalipsis, te puede tocar un grupo en el cual haya abuso de poder. Porque eso está ocurriendo en este momento. Nosotros generalizamos y decimos “bueno, el mundo está civilizado”, pero está lleno de distopías. Hay lugares —muy pocos ya— donde no puede entrar la civilización. Y las personas que viven ahí, viven como hace miles de años, no tienen ningún tipo de contacto con Internet, no saben que existe. Entonces son, desde nuestra perspectiva, totalmente salvajes. 

Y hay otras distopías de gente que está metida en sectas, que la coptaron. En Las indignas viven una cuestión similar, de diálogo coercitivo, de abusos, de torturas. La realidad está llena de documentales que te cuentan distintos tipos de sectas que están activas hoy. Y después tenés gente que está en cautiverio, yo siempre pongo el ejemplo de la cantidad de mujeres que son raptadas, engañadas, para estar en burdeles clandestinos; cautivas, drogadas, a las que violan todos los días su vida y se mueren ahí. Porque la trata de personas es el tercer negocio más rentable del mundo. 

Espero que cada vez haya más oportunidades y más equidad para mayor cantidad de personas. Pero, bueno, si bien avanzamos en un montón de sentidos, hay mucho por hacer. Todavía tenés gente que no puede tomar agua, que vive en lugares contaminados, y tenés muy pocas personas que acumulan la mayor cantidad de riqueza del mundo. Ya sabemos que el comunismo, lamentablemente, no funcionó; pero bueno, quizás se pueda lograr algo con mayor equidad. 

Es un poco lo que intento trabajar en Las indignas, a diferencia de Cadáver exquisito, que es bastante desesperanzador. En Las indignas intento trabajar con lo que es la energía del amor, sin nombrar nunca la palabra amor. Y no hablo solo del amor romántico, sino del amor como energía universal, el amor como ponerse en el lugar del otro, entender que estamos todos conectados.

AA: Tomando la línea de lo último que mencionaste, quería conversar sobre este tema del amor en la novela. Y para eso quiero entrar por la figura del bosque. El otro día encontré un título de la escritora estadounidense Ursula K. LeGuin, El nombre para mundo es bosque, y me resonó muchísimo con el tema que tú tratas en la novela: cómo la palabra bosque está tachada por la protagonista hasta cierto momento, cuando ella puede, por fin, conectar con ese evento traumático que le había sucedido en un bosque de metal. 

La imagen del bosque metálico es muy fuerte, otra vez aparece aquí el eco del capitalismo en el que estamos ya inmersos. Y cómo, a raíz de que ella logra incluir eso en su experiencia vital —que lo había reprimido por el trauma—, logra nombrar al bosque nuevamente. Y vemos como, con su relación con Lucía, con esta amiga, comienza a rebrotar la vida en el bosque al mismo tiempo que ellas comienzan a conectar. Quería saber cómo se entabla esta relación entre el bosque y ese resurgimiento de lo que nos hace humanos, ¿no? El dolor, el abrazar el dolor; el amor, la amistad, el deseo… ¿Cómo surge esta conexión?

AB: Para mí, en el proceso creativo hay cuestiones que son intuitivas. Hay mucho trabajo de corrección, de lectura, de pensar cada palabra, inclusive, el sonido de las palabras. Pero también hay algo que yo respeto mucho, que es lo intuitivo. Y lo que me pasó con la palabra bosque, es que la empecé a tachar. Yo trabajo mis obras con Liliana Díaz Mindurry, que es mi maestra, la conozco desde hace más de 30 años. Entonces, le iba pasando capítulos y ella me decía: “¿por qué estás tachando esta palabra?”. Y yo le decía “no sé, ¡necesito tacharla!”. Y bueno, después surge la escena que no vamos a contar, la escena traumática. Entonces, la pregunta es: ¿porque la taché surgió la escena dramática, o ya la tenía inconscientemente pensada y por eso la taché? No sé, pero necesitaba hacerlo. 

Y también, dándole un sentido más global con la novela, lo que también trabajo ahí es ¿dónde está lo sagrado? ¿Dónde está lo que llamamos Dios? Le podemos llamar Dios, Diosa, Ente Creador, el Todo, el Misterio, como lo quieran llamar. Para la secta, es un dios que no tiene nombre y es el que mantiene la contaminación fuera de ese espacio que las protege. Y la protagonista va descubriendo que no es tan así. Para ella lo sagrado, sin duda, termina estando en el bosque. O sea, en el contacto con la naturaleza, con Circe, que es una gata, y con Lucía. Con lo humano —los animales humanos—, con los animales no humanos y con la naturaleza; para mí, ahí está la conexión. 

Yo no creo en las religiones, no comulgo con las religiones; pero sí creo que hay una energía de la cual surgió todo: seres humanos, animales y naturaleza. Entonces, cuando vos te conectas empáticamente con el otro, te estás conectando con esa energía creadora. Yo no necesito un señor en el Vaticano que me esté diciendo cómo me tengo que conectar con esa energía creadora. Los grandes líderes y lideresas espirituales a lo largo de la historia, la base de su mensaje es el amor. Esa es la base. Después ese mensaje lo toman los seres humanos, escriben la Biblia y hacen cualquier cosa con eso, porque con la excusa del amor a Cristo han matado personas, han quemado mujeres, han torturado, han robado bebés, han hecho cualquier cosa. Pero la base es esa; entonces, trato de trabajarlo en la novela.

AA: Yendo por el mismo tema de lo sagrado —que nos han inculcado desde niñxs, desde muy pequeñxs, que siempre debería estar relacionado con lo religioso—, en algunas entrevistas de Las indignas y volviendo a tu primera novela, Matar a la niña (2013), has mencionado el tema de lo religioso y de cómo cuestionar y transgredir eso a través de la escritura. ¿Puedes contarnos cuáles son esos relatos que siguen rondando tu universo creativo, que provienen de ese gran relato religioso que nos es impuesto y que quisieras reescribir o transgredir?

AB: Bueno, sí, evidentemente es una de mis obsesiones. Una de las claves para poder escribir esta novela fue que yo fui a un colegio de monjas alemanas, donde no la pasé bien. Hay gente que la ha pasado muy bien, uno no generaliza; tenés todo tipo de monjas y todo tipo de sacerdotes, gente que ayuda. Pero, bueno, mis monjas utilizaban la represión. Y, sobre todo, lo más tremendo es que había una completa desunión entre las compañeras —éramos todas mujeres. Había un autocontrol, como un gran panóptico dentro de lo que era ese grupo social, en el colegio, en el cual todas vigilábamos a todas. Era tremendo, porque todo lo que decías podía ser usado en tu contra. Entonces, no había verdadera amistad o verdadera conexión.

Una de las cosas que pasaba era que no podías cuestionar lo que te enseñaban, y, por supuesto, todo lo que te enseñaban estaba totalmente recortado. Tenía muchos límites, porque había cuestiones que, si te las enseñaban, podían poner en cuestionamiento tu religión, tu creencia. En vez de hacer lo contrario, ¿no? Enseñarte de todo y que eso fortalezca tu fe. Porque, bueno, si tenés una religión que se basa en el amor… A mí lo que me enseñaron es algo totalmente diferente. La religión católica que a mí me enseñaron —que, repito, hay muchas religiones católicas a lo largo y ancho del mundo—, era todo lo contrario al amor. Sacaba lo peor de vos, te reprimían. 

Cuando salí de ahí, estudié Historia del Arte en la Universidad de Buenos Aires. Cuando vos estudias Historia del arte tenés que estudiar los inicios del cristianismo, cómo se formó. Ibas a estudiar cómo está conformada una catedral gótica, tenés que entender por qué se construyó de esa manera. Y, aparte, la Iglesia Católica fue mecenas de los artistas durante muchísimos años. Tenías que entender todo; de hecho, tengo mi Biblia toda marcada porque la llevaba a los finales. Leí la Biblia y, ahí, entendí las atrocidades de la iglesia católica. Y, bueno, una de mis preguntas era ¿por qué creemos en lo que creemos? y por qué, en ese momento, yo creía a rajatabla que ese era el único Dios, y no había otra posibilidad. 

Esa es una de las cosas que me interesa trabajar. De hecho, la trabajé en Matar a la niña, mi primera novela, que no reeditaré nunca porque es mi primera novela. Ahí, el argumento es un crítico de arte que muere, que va a un cielo que es kafkiano, todo un desastre, y que está construido para una niña que está en la tierra y que reza todo el tiempo. Entonces, él quiere bajar a la tierra y matar a la niña. Es una novela donde traté de trabajar con el humor, que es un género muy difícil, y lo que en ese momento me causaba gracia ahora no me parece gracioso. Ahí ya hay un tema de fallido, de que no está logrado. Pero, bueno, las obsesiones… Yo creo que Las indignas es una versión de Matar a la niña más madura. El tema es por qué estos personajes hacen lo que hacen, desde qué lugar, por qué creen en eso.

AA: De la mano de la represión religiosa de la que estamos hablando, también hay en tus dos novelas más populares, Cadáver exquisito y Las indignas, un tratamiento constante de lo femenino y de cómo, cuando se pierden los derechos, cuando existe la pérdida de los estados laicos y se impone un régimen, siempre sale más perjudicada la mujer. 

En Cadáver exquisito es muy fuerte, porque el protagonista es un hombre, pero lo que él hace sobre la mujer que está a su cargo es lo perverso de ese libro. Vemos que él duda todo el tiempo de ese régimen, pero, al final, termina inscribiéndose en él, no es distinto a los demás. Y en Las indignas está todavía más presente lo que has hablado de la desunión que había con tus compañeras del colegio. Si estamos separadas, una contra la otra, así es como nos ha criado la sociedad, ¿no? Tratando siempre de ser mejores que las otras mujeres. Es una forma muy bella de tratar el final de Las indignas; es hermoso, porque se ve que hay una salida posible. 

Es obvio que las dos novelas están inscritas dentro de ciertas causas políticas. Hay esta línea del ecofeminismo, en donde estamos hablando de cómo la explotación de la naturaleza está relacionada con la explotación de los cuerpos femeninos. Quiero saber si tú inscribes tus obras en el pensamiento feminista; si crees que la literatura, la ficción, puede alinearse a causas políticas como el ecofeminismo. Y si sientes que hacer evidente esta postura en tus ficciones altera la forma en que los lectores la reciben, la forma en que el circuito literario te recibe. ¿Qué piensas al respecto?

AB: Sí, soy feminista. De hecho, acá tengo mi pañuelo verde, que con este nuevo gobierno de [Javier] Milei, probablemente tengamos que volver a usarlo, porque si bien en Argentina el aborto es legal —porque lo logramos después de una lucha de años y años—, probablemente tengamos que volver a salir a luchar. Simone de Beauvoir decía que, cuando hay crisis económicas o cualquier tipo de crisis, los primeros derechos que se afectan son los derechos de las mujeres, porque vivimos en el patriarcado y todavía falta mucho para trascenderlo. Hemos logrado cosas, pero todavía siguen matando mujeres, acá, en Argentina, cada 48 horas; en México, cada tres horas. Eso es tremendo, todavía falta mucho camino. 

Y, si bien, yo intento que mis libros no sean panfletarios; a mí no me interesa dar un mensaje moralista y no me interesa que los lectores, en el caso de Cadáver exquisito, dejen de comer carne; o en el caso de Las indignas, se vuelvan ultrafeministas radicales. No me interesa colonizar la mente de nadie, porque para mí la literatura y el arte lo que tienen que hacer es generar reflexión, no decirte “tenés que pensar esto o lo de más allá”, porque eso también es una forma de violencia. 

Yo no tengo por qué imponer mi manera de pensar; pero sí, sin duda, van a estar mis reflexiones y lo que a mí me interpela, me duele. Y una de esas cosas es, justamente, ¿por qué pensamos en lo que pensamos, creemos en lo que creemos? ¿Por qué naturalizamos, en el caso de Cadáver exquisito, el consumo de los de los animales? Yo, durante años, naturalicé ese consumo y nunca me lo cuestioné, nunca me cuestioné por qué tomamos leche de vaca y no de otro mamífero, por ejemplo.

Y así un montón de cuestiones, no solo relacionadas con la alimentación, con el cuerpo. Por lo menos acá en Argentina, el tema de la gordofobia: ¿por qué todos apuntamos a una belleza hegemónica, opinamos sobre el cuerpo de las otras personas, y nos violentamos cuando un cuerpo se va de los estándares? ¿Por qué? Y en el caso del patriarcado, ¿por qué hace siglos creemos que las mujeres y las minorías valen menos? Digamos, yo quiero saber si en la historia de la humanidad hubo algún caso, uno solo, de un grupo de mujeres que en la calle agarró un hombre y lo violó. Sin embargo, está lleno de casos de un grupo de varones que agarraron a una mujer en la calle y la violaron. ¿Y eso, por qué es?, bueno, la sociedad de alguna manera lo habilita. Porque cuando pasa eso, después tenés titulares que dicen “bueno, tenía la pollera muy corta”. En cambio de enseñarle a los varones a no violar, que sería lo lógico. 

Me han preguntado si en algún momento me cuestiono escribir sobre ciertas cosas por miedo a la reacción de los lectores, o a que no me publiquen. No, no, no. Voy a escribir lo que a mí se me cante y lo que a mí me interpele, porque no me interesa hacer literatura para vender best sellers ni para entretener. Para mí, cada libro es una búsqueda. Una búsqueda prácticamente filosófica, porque me obsesiono con una idea, o con varias, que no tienen respuesta. A veces, no tienen una única respuesta. Y las pienso durante años. Cadáver exquisito me llevó dos años, Las indignas me llevó tres.

Tres años realmente obsesionada con cómo funciona una secta, por qué creemos en lo que creemos, etc. Uno de los libros que fue fundamental para Las indignas se llama Calibán y la bruja de Silvia Federici; es un ensayo que explica —o intenta entender— por qué, a lo largo de muchos siglos, se quemaron mujeres acusándolas de brujas. Y una de las hipótesis que ella trabaja es que, con el advenimiento del capitalismo, lo que requiere este sistema es mano de obra barata. Por eso, las mujeres tenían que estar en las casas encerradas, criando hijos, pariendo mano de obra barata. En otro libro de Silvia Federici, que se llama Brujas, caza de brujas y mujeres, leí que a muchas de esas mujeres las reprimían porque contestaban, o porque se juntaban con sus amigas a tomar cervezas, o lo que fuera, y les ponían un bozal —que existía, se vendía— que, si ellas hablaban, les lastimaba la lengua. Ahí tenés ejemplos concretos de cómo las fueron reprimiendo y las fueron llevando a las casas. Ahora, con los distintos feminismos, las distintas olas, estamos saliendo y hay muchas mujeres que tienen muchas más posibilidades, que no tenían cien años atrás. Todo eso a mí me interesa pensarlo y trabajarlo con la ficción.

AA: Has topado el tema de la represión del lenguaje en la mujer, que también está en Las indignas, cuando son obligadas a abandonar su lengua y adoptar una nueva. Y también en esto de silenciar con el cilicio, que igual les lastima la boca. He estado pensando en eso porque el otro día reflexionamos sobre el texto Escribir, de Marguerite Duras, en una de mis clases de literatura, y la profesora, que es Sandra Araya —una escritora de terror ecuatoriana, te recomiendo que en algún momento la leas—, decía que, al final, todo texto literario termina siendo metaliteratura, porque toda la escritura literaria habla sobre el lenguaje y sobre cómo nos relacionamos con él. 

En Las indignas eso está muy presente, ya que está escrito a manera de un diario clandestino. La protagonista muchas veces se cuestiona el hecho de la escritura, ¿por qué tengo esta necesidad de escribir? Y es una necesidad que surge porque ella necesita recordar. Escribo para recordar. Escribo para que alguien, después, me lea y sepa que nosotras existimos

Y es, también, una escritura que está llena de referencias a la literatura en sí. Hablas mucho de autores como Cortázar, en la imagen de la gata Circe; de Clarice Lispector, de Silvina Ocampo, de Virginia Woolf… Y también se habla mucho de la pérdida del lenguaje, de esta prohibición que encierra el hablar y el cuestionar; porque el acto del lenguaje es, también, un cuestionamiento permanente.

Quisiera saber cómo es, ahora, tu relación con la escritura, cómo ha ido cambiando desde esa primera novela, después de tu primer best seller… ¿Qué sientes que ha cambiado desde tus primeros cuentos, y cómo eso se ha vertido en Las indignas?

AB: Bueno, una de las cosas donde está lo sagrado —además del bosque y la conexión con los seres humanos y no humanos— también es la conexión con la literatura. Para la protagonista de Las indignas, la literatura es no solo un refugio, sino que ahí también se da esto sagrado de encontrarse a sí misma, de autorreflexión. Y, también, hay un juego de connotación, de cosas que yo estoy simbolizando, queriendo decir con la gramática. Porque al principio de la novela está lleno de paréntesis y palabras tachadas, y después pasa algo —que no vamos a decir qué es— y eso desaparece. 

A mí me interesa el lector activo, el lector que se ponga a pensar por qué pasa esto, o por qué la novela está llena de círculos, o cuáles son las referencias, porque todo el tiempo está bordeando el imaginario católico. Yo trabajo con la lógica de la poesía, que es tratar de decir mucho con pocas palabras; sobre todo, trabajando con los silencios. Por eso me interesa que el lector vaya completando. 

Y después, con respecto a lo que me decías de mi propia escritura, en un sentido no cambió en nada. Se mantuvo. Yo escribo desde antes de saber lo que era ser un escritor. Cuando me enseñaron en el colegio a escribir, en los primeros párrafos que escribí ya empecé a contar historias. Yo ya estaba contando, escribiendo; inclusive en mi diario. Trato de emular en Las indignas ese tipo de escritura, que es la que usaba distintos tipos de lapiceras, tintas; donde vas tachando, te arrepentís, donde por ahí estás escribiendo y te llaman para comer, para lo que sea, tenés que interrumpir. En el caso de Las indignas es más extremo, porque ella escribe de manera clandestina, esconde eso que escribe. 

Entonces, en un sentido, no cambió porque, para mí, la escritura es mi energía vital. O sea, si yo no estoy escribiendo, estoy leyendo, que para mí es parte del mismo proceso. Por ejemplo, desde que publiqué Las indignas, no volví a escribir de sentarme a escribir; pero estoy escribiendo porque estoy investigando para la próxima novela. Yo lo tengo que hacer todos los días, porque, si no, es como que hay algo que me empieza a incomodar y me termino enfermando si no lo hago. 

Eso no cambió y espero que nunca cambie. Espero que nunca caiga en la cosa de bueno, voy a escribir algo para ver si gano no sé qué premio. Sino que, realmente, cada libro sea una búsqueda. Que puede fallar esa búsqueda, como falló para mí en Matar a la niña. La apuesta puede fallar. Pero, bueno, cada libro es una apuesta y son elecciones que uno hace: desde el narrador, el registro, un montón de elecciones que hacés. Yo soy fiel a esas elecciones en el momento en que las hago, con las herramientas que tengo. Obviamente, a medida que pasa el tiempo vas a ir incorporando más aprendizajes, más lecturas, más experiencias de vida, más años; y eso hace que tu literatura vaya, eventualmente, madurando. Ojalá.

Para mí, esa es la literatura. Tengo la suerte de poder —por el momento, mientras mi país lo permita— vivir de los libros. Mientras lo pueda hacer, lo haré; si no, volveré a trabajar, como lo hice durante muchos años, en relación de dependencia. Pero nunca voy a dejar de escribir, como lo hice cuando no me leía nadie y cuando nadie me quería publicar.

AA: Hablando de este universo de lecturas que rodea tu escritura, ¿cuáles son esxs autorxs que fueron acompañando la construcción de los universos distópicos de Cadáver exquisito y de Las indignas?

AB: Aunque parezca loco, yo no suelo leer distopías. Me alimento de otros libros, puedo citar ensayos, como el de Federici. Leí otro ensayo que se llama Primavera silenciosa, de Rachel Carson, que habla de los pesticidas, cómo se crearon y cómo influyen, todo el daño que generan. Leí un ensayo de Federico Kukso, un escritor argentino, que se llama Odorama, sobre el tema de los olores, porque en Las indignas hay mucho de lo sensorial. 

Hay escritores y escritoras que yo estudio, como Juan José Saer, que es mi escritor argentino favorito; Borges, obviamente Cortázar, que lo amo; Silvina Ocampo, Sara Gallardo. William Faulkner es uno de mis escritores absolutamente favoritos. Flannery O’Connor, Virginia Woolf —Mrs. Dalloway es un libro que he leído y releído—, Marguerite Duras, James Joyce, Gustave Flaubert, Clarice Lispector, Toni Morrison, Lorrie Moore, Shirley Jackson. Y muchísimos más; leo mucho contemporáneo, también, voy incorporando nuevos escritores y escritoras, gente que está haciendo cosas increíbles. 

Por eso es tan importante para mí leer y forma parte de lo que sería el proceso de escritura. Porque, para mí, la persona que te habla de originalidad en cualquier instancia del arte, a esta altura, bueno, no. No hay nada original, en el sentido en que todos los temas fueron tratados, o casi todos. Lo novedoso puede estar en la mirada, en cómo vas a tratar ese tema. Pero, para mí, todo es una reescritura. 

Por ejemplo, en el caso de Las indignas, la primera página habla de cucarachas en la almohada. Yo cuando lo escribí nunca lo relacioné con “El almohadón de plumas”, de Quiroga, que es un cuento que dan acá en la escuela, vos lo estudiás. Bueno, obviamente ahí hay una relación, pero yo no lo relacioné conscientemente. Lo mismo ocurre con el personaje de la Hermana Superior: una amiga me decía que le recordaba a la Condesa Sangrienta, que es un personaje real, que existió. Yo lo estudié, porque he dado una charla sobre la Condesa Sangrienta, y tampoco lo relacioné conscientemente. Entonces, creo que una va tomando de distintos lugares, de su propia experiencia, de sus lecturas, de sus reflexiones, de su impresión sobre la vida. Y vas armando tu mirada, que está llena de la mirada de otros y otras. 

Si vos te ponés a hacer una arqueología de cada texto… Pensemos en Borges, que también es un escritor que estudio. “Las ruinas circulares”, que es uno de sus cuentos más famosos, está inspirado en un cuento de Papini. Si te pones a hacer esa arqueología, vas a ver que muchos de los temas que toma Borges los tomó de otros lugares y lo llevó al nivel de lo que es Borges, que es una genialidad total.

O, por ahí, son coincidencias; porque se te ocurre una idea que se le ocurrió a otro mucho antes, y no lo leíste. Eso pasa muy seguido. Leíamos “La caída de la casa Usher”, de Poe, y después Siempre hemos vivido en el castillo, de Shirley Jackson, que para mí es una reescritura de “La caída de la casa Usher”, porque hay muchas cosas que dialogan entre la novela y el cuento. No sé si Jackson lo pensó así, si realmente lo pensó como una reescritura de manera consciente o si, por ahí, leyó a Poe e inconscientemente lo escribió muchos años después, y armó esa novela. A lo que voy es que te vas enriqueciendo de todo, y vas escribiendo. 

AA: Ahora que recuerdo, mientras leía ambas novelas, Cadáver exquisito y Las indignas, siempre me he dado cuenta de que tu escritura es muy visual. Me es muy fácil imaginarla en una película. Quería saber si hay cierta influencia del cine en estas obras, si estos universos han sido creados, también, a partir de narrativas del cine.

AB: Sí y no. Hay una cuestión técnica y es algo que trabajan muchos de los autores que te nombré. Por ejemplo, Juan José Saer es un autor que te crea un universo totalmente sensorial; vos ves a los personajes, ves los escenarios, sentís los olores. Y, además, todo tiene simbolismo, todo está connotando otra cosa. Es un autor que vos podés releerlo y releerlo y vas a seguir encontrando capas de lectura y de significados. Y eso tiene que ver con algo de lo que hablan muchos autores y autoras; por ejemplo, Flannery O’Connor, que es otra autora muy visual, hablaba todo el tiempo de la diferencia entre contar y mostrar o contar y narrar. Es esto: en cambio de decir “María llora” —que sería contar— vos, idealmente, tendrías que mostrar a María llorando. Y cómo llora María, tu personaje, no María genérico. Lograrlo es muy difícil, porque no querés caer en lugares comunes. A mí me genera mucha más empatía, a la hora de leer cualquier texto, si yo lo puedo ver en mi cabeza y lo puedo sentir en el cuerpo. 

Trato de trabajar de esa manera, que es algo técnico; pero, sin duda, hay influencia de cine y de series, porque veo todo el tiempo mucho cine, y, ahora, más series que cine. No sé si hay una crisis del cine o si es que ya los espectadores cambiaron por la influencia de las series. A mí lo que me pasa es eso, que la película tiene que ser muy, muy buena para que yo soporte dos horas mirándola. Antes no me pasaba eso. Por ejemplo, Anatomía de una caída, que es una película actual, la fuimos a ver al cine, me pareció fantástica y me encantó. Pero ayer veíamos La momia, la clásica, es bellísima la película, pero no me la banqué. Necesito esto de los 40 minutos, las series como que me condicionaron. Pero, bueno, sí vi mucho, mucho cine y muchas series.

Y, además, estudié Historia del Arte. Entonces, el bagaje de imágenes que tengo en la cabeza es enorme, porque, de hecho, tengo guardadas varias carpetas que teníamos que llevar a la facultad, con las imágenes impresas, que te llevaba meses armarlas. Y los profesores —la mayor parte, varones— las abrían y te decían “hablá de esta imagen”. Todo eso influye, ¿no? Por ahí alguna imagen que describo está inspirada en alguna imagen que estudié cuando estudié barroco, y ni me acuerdo conscientemente, andá a saber.

AA: Hablando de eso, la portada de Las indignas es una pintura, también, [Brujas yendo al Sabbath] de Luis Ricardo Falero, de 1878.

AB: Es una obra de Falero que se usó para muchos libros, no es el primer libro para el que se usa. Pero yo la tuve muy presente cuando estaba escribiendo la novela. Me parece que es una imagen no solo estéticamente bella, que a mí me gusta mucho; sino que, para mí, dialoga mucho con la novela porque tiene lo sensual —que intento lograr en la novela, hay una cuestión latente de erotismo—, todas las mujeres desnudas; hay un solo varón, que está de espaldas. La cuestión de la brujería, que está implícita en la novela, aunque no está profundizada.

Todo eso está para mí en esta portada. Y lo hermoso es que, primero, la editorial me dijo que sí —porque no siempre se puede, o no siempre están de acuerdo— y, además, Max Rompo, que fue el mismo que hizo la portada Cadáver exquisito, hizo un recorte espectacular. Te da otra sensación, a mí me encantó el recorte que hizo.

Agustina Bazterrica (Buenos Aires, Argentina, 1974)​ 

Escritora y gestora cultural. Estudió Historia del Arte en la Universidad de Buenos Aires. Ganó el Primer Premio Municipal «Cuento Inédito 2004/2005» y el Primer Premio en el XXXVIII Concurso Latinoamericano de Cuento «Edmundo Valadés» (Puebla, México, 2009), entre otros. En 2013 publicó la novela Matar a la niña (Textos Intrusos) y en 2016, el libro de cuentos Antes del encuentro feroz (Alción Editora), reeditado en 2020 por Alfaguara con el título Diecinueve garras y un pájaro oscuro. En 2017 ganó el Premio Clarín de Novela por la obra Cadáver exquisito, que publicó Alfaguara ese mismo año. Con esta última novela, Bazterrica se consolidó como una autora best seller a nivel mundial, con más de medio millón de ejemplares vendidos. Publicada por las editoriales más prestigiosas de Francia, Finlandia, Alemania, Inglaterra y Estados Unidos, entre otros países, Cadáver exquisito fue traducida a más de veinticinco idiomas y aclamada por los principales medios internacionales: The New York Times, The Guardian, The Wall Street Journal, The Washington Post, Le Monde y O Globo se han hecho eco de este éxito con excelentes críticas a su obra y talento. Actualmente, la novela está siendo adaptada a formato audiovisual. En 2023, Alfaguara publicó su nueva novela Las indignas.

Abril Altamirano (Quito, Ecuador, 1994)
Editora, escritora y periodista cultural. Colaboradora en medios internacionales y locales como Latin American Literature Today (USA), Visor Revista Literaria (España), Es lo cotidiano (México), Mundo Diners (Ecuador), Letras del Ecuador, entre otras. Autora del libro de cuentos El impulso femenino de saltar por las ventanas (2024), galardonado por la Convocatoria Internacional Región 2022. Forma parte de las antologías Señorita Satán, nuevas narradoras ecuatorianas (2017) y No entren al 1408, antología de cuento latinoamericano en tributo a Stephen King (2021). Resultó finalista del Primer Concurso de Cuento PEN Ecuador 2020 y obtuvo la beca Mary Wollstonecraft Shelley, otorgada por la Horror Writers Association (USA).

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