Colección de escenas anecdóticas vinculadas con la historia de la filosofía, la literatura, las lenguas y las palabras. Shubert Silveira navega la densidad de la filología clásica con natural desenfado y algunas notas humorísticas que recuerdan a Borges.
Fotografía de David Pinto.
Arquíloco
Cuando su padre, el noble Telesicles, lo mandó al campo a que recogiera una vaca para venderla, ya de noche y a la luz de la luna, Arquíloco se encontró por el camino con unas mujeres. Entre bromas y risas, les dijo que debía vender la vaca, y ellas le contestaron que le darían buen precio por ella; repentinamente, mujeres y vaca desaparecieron, quedando a sus pies una lira; Arquíloco tuvo la certeza de que se había encontrado con las Musas.
Y fue así que Arquíloco se volvió poeta.
La historia de cómo se volvió mercenario se ha perdido en la noche de los tiempos.
Sobre el 28 de mayo del 585 a.C.
A la pregunta sobre dónde empezó la filosofía la respuesta suele ser Grecia, pues allí se dio por primera vez un pensamiento formal y se dejó —en parte— de buscar las explicaciones en los mitos. Esto es nombrado por los estudiosos como el pasaje del mito al logos.
¿Pero qué pasa si modificamos la cuestión e inquirimos sobre cuándo comenzó la filosofía?
Pues la respuesta es muy fácil, la filosofía comenzó el 28 de mayo de 585 a. C.
El 27 de mayo no había filosofía. El 29 de mayo, sí.
El motivo es que Tales de Mileto, justo antes de decir que todo está conformado por agua y que el imán tiene alma, había dicho que el 28 de mayo de aquel año se produciría un eclipse solar. Lo demostró racionalmente con cálculos precisos y luego el sol y la luna tuvieron a bien darle la razón.
Herodóto refiere el episodio cuando narra la guerra de cinco años entre persas y lidios en el primero de los nueve libros que conforman su Historia.
El historiador escribe:
En medio de la batalla misma se les convirtió el día repentinamente en noche; mutación que Tales Milesio había predicho a los Jonios, fijando el término de ella en aquel año mismo en que sucedió.
Heródoto. 1.74.2
De todas formas, el filósofo fue Tales. Pues lidios y medos, haciendo caso omiso a la inalterable órbita de los astros, interpretaron aquello como la necesidad de pactar la paz. Y la paz fue pactada. Y el día volvió a ser día, y la noche, noche.
En consecuencia, la filosofía comenzó el 28 de mayo del 585 a.C. a las dos y cincuenta y siete de la tarde.
Testigos de las orquídeas
Hace poco hablamos con mi amigo Pablo de la familia de palabras latinas testigo, testimonio, testamento, y su versión griega mártir, martirio, etc.
Yo le dije que testículo significa —por su etimología— pequeño testigo.
Testis es testigo en latín, más el sufijo diminutivo culus: así, un verso chiquito es un versículo, el ombligo es una pequeña abolladura, corpúsculo es un pequeño cuerpo, un homúnculo es un pequeño hombre, un círculo es un círculo pequeño (cosa rara de la evolución de esta palabra).
Yo ya sabía desde hacía tiempo, desde que leía teoría de género en mis años mozos en Facultad de Psicología en Montevideo, que había una vinculación machista entre la palabra testículo y la palabra testigo (que dicho sea de paso, un declarante en la antigua Roma debía ser siempre hombre). No existía la posibilidad de confiar en la palabra de una mujer. Incluso en mi país, la última profesión que se habilitó para las mujeres fue la escribanía, ya que el escribano da fe y para la sociedad uruguaya —como para la romana— las mujeres no eran dignas de crédito.
Un buen día le pregunté al catedrático de filología de mi universidad porqué los testículos eran pequeños testigos. Y me dijo que porque cuando un niño nace los testículos dan fe, muestran de qué sexo es la criatura que acaba de ver la luz.
Entonces, justo en ese momento mi amigo Pablo apuró su copa y subió la apuesta. Con mucha seguridad, afirmó que del lado griego testículo se dice ὄρχις (orchis) y que el discípulo de Aristóteles, Teofrasto de Ereso, mientras investigaba unas plantas vio (o quiso ver) en sus bulbos formas de testículos. Por ello las nombró orquídeas.
Las cosas que uno se entera…
La cabeza del esclavo
En el libro V de su obra Historia Heródoto narra la revuelta jónica, la cual tuvo lugar en el 499 a.C. y fue decisiva en la larga lista de confrontaciones entre griegos y persas.
Quiso la casualidad que el inicio de aquella agitación viniera desde Susa, de parte del general Histieo, quien envió a Aristágoras, a la sazón tirano de Mileto, un mensaje incentivándolo a levantarse en armas contra los persas.
Lo curioso es que ese mensaje fue escrito en la cabeza previamente rapada de un esclavo, cuyo cabello creció en el camino y al llegar a Mileto Aristágoras, prevenido de ello, le cortó el pelo para leer el mensaje. Luego, la guerra y posteriormente la victoria griega.
Cabe destacar que más de un psicoanalista ha visto en esta imagen una metáfora del inconsciente: el inconsciente es como un tatuaje que todos tenemos en la cabeza, pero que no podemos descifrar porque somos incapaces de verlo. Se necesita otra persona, un psicoanalista, para desentrañar el misterio, o simplemente cortarnos el pelo.
¿Cómo preparar papiro en casa?
En su origen egipcio, el papiro fue utilizado para construir ropa, embarcaciones, cestas y cuerdas además de papel; y tuvo una conexión religiosa vinculada a la diosa Uadyet, protectora del Bajo Egipto, de modo que tanto la diosa como el papiro representaban la fertilidad de la región.
Al producirse enteramente en Egipto —aunque también llegó a fabricarse en Babilonia y Siria hacia el siglo I a.C.— el papiro estaba sujeto a las fluctuaciones del comercio y de la guerra. Incluso, el gran estímulo posterior para el uso del pergamino será la escasez de papiro.
En la época helenística, como establece Varrón, el gobierno egipcio prohibió la exportación de papiros. Tengamos en cuenta que, al igual que la fórmula de la Coca-Cola hoy día, la receta del papiro entonces era un secreto de estado. Pero aquí, querido lector, le brindaremos la receta del papiro. Top secret.
1- Se toman fragmentos del tallo de la planta llamada Cyperus papyrus. Recomendablemente tiras en forma triangular.
2- Se ponen en remojo en aguas del Nilo. Dejar reposar por al menos dos días.
3- Se extraen los tallos y se unen en capas. Primero de forma horizontal y luego vertical (o viceversa).
4- Las láminas obtenidas se ponen en una presa previamente preparada. Se recomienda la marca Ramsés S&A.
5- Tras 24 horas, el limo propio de las aguas egipcias permitirá que las láminas se hayan comprimido lo suficiente para generar una carta única, fuerte y duradera.
6- Ya tiene su papiro.
¡Tuya, Pablo!
“Una lengua común nos separa”
Bernard Shaw
Muchas personas hispanoparlantes han tratado de leer el Quijote y han fracasado por el mero hecho de que el español de Cervantes tiene ya cuatro siglos, y en tanto tiempo la lengua se modifica, adquiere otro vocabulario, se pierden palabras, se modifica la sintaxis y la ortografía. Hoy las ediciones de Cervantes cuentan con cientos de aclaraciones en torno al vocabulario.
A partir del corpus cervantino podemos encontrar infinidad de matices en los vocablos que hoy podrían pasar desapercibidos si no nos detenemos en ellos. Permítaseme dar a continuación un ejemplo menor que ilustra lo que quiero decir.
El escritor y poeta mexicano José Emilio Pacheco recuerda el comienzo del Quijote:
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda.
Pacheco hace referencia a la tercera línea del libro, ya que tendemos a creer que duelos y quebrantos son lutos y problemas, pero no son más que huevos con tocino y chorizos, un plato manchego de los tiempos de Cervantes. José Emilio Pacheco —nombrando el pecado mas no el pecador— agrega que hubo un escritor mexicano que tituló a su autobiografía Duelos y quebrantos pensando que eran pesares de la vida.
Una vez, con un grupo de amigos estudiantes de Literatura, ya entrada la noche y nosotros ahogados en copas, Pablo me dijo: “Hice un registro minucioso de todos los insultos que aparecen en el Quijote”. Así como la abuela de Borges era capaz de recitar la Biblia de memoria, Pablo hace lo propio con Cervantes [efn_note] Jamás he podido ponerme de acuerdo conmigo mismo si esta es la habilidad que yo más le envidio a Pablo o si, por el contrario, envidio más su sangre fría para definir un mano a mano frente al arquero contrario.[/efn_note]. Sirviéndose un fernet, me dijo que entre los musulmanes era común el caso de personas que sabían de memoria el Corán, al punto de que existe la palabra hafiz, que quiere decir memorioso o memorioso del Corán en particular. Mientras probaba la potencia de su trago, Pablo dijo que él mismo era un hafiz del Quijote y de las formaciones de Tigre.
De este modo, basta con que alguien le diga “¿vos te acordás cómo arranca la historia del yelmo de Mambrino?” y Pablo responderá: “Pues claro, es el capítulo XXI y dice: En esto, comenzó a llover un poco, y quisiera Sancho que se entraran en el molino de los batanes; mas habíales cobrado tal aborrecimiento don Quijote, por la pesada burla, que en ninguna manera quiso entrar dentro; y así, torciendo el camino a la derecha mano, dieron en otro como el que habían llevado el día de antes”.
Al siguiente día Pablo me envió a mi correo la lista de insultos que él había registrado a partir de Cervantes. Sólo para mencionar algunos ejemplos, encontramos insultos como bellaco, mentecato, traidor, hereje, hideputa o canalla. Al leer la lista no pude pasar por alto la ausencia de la palabra idiota.
Fui a por mi ejemplar del Quijote y busqué hasta dar con el pasaje:
No es así comoquiera el oficio de alcahuete, que es oficio de discretos y necesarísimo en la república bien ordenada, y que no le debía ejercer sino gente muy bien nacida; y aun había de haber veedor y examinador de los tales, como le hay de los demás oficios, con número deputado y conocido, como corredores de lonja; y desta manera se escusarían muchos males que se causan por andar este oficio y ejercicio entre gente idiota y de poco entendimiento, como son mujercillas de poco más a menos, pajecillos y truhanes de pocos años y de poca experiencia, que, a la más necesaria ocasión y cuando es menester dar una traza que importe, se les yelan las migas entre la boca y la mano y no saben cuál es su mano derecha.
¿Por qué Pablo no incluyó este vocablo en su lista? Dos hipótesis se abrían camino:
1. Mi amigo pasó por alto el insulto.
2. “Idiota” no era un insulto en tiempos de Cervantes y por eso Pablo no lo incluyó.
Negándome a aceptar la primera hipótesis, me aboqué de lleno a investigación la segunda postura partiendo de la base conocida de que la idiocia era un diagnóstico psiquiátrico ya presente en el siglo XIX y que, al menos en ese tiempo, ya había adquirido la capacidad de ser utilizada como insulto. En la medicina y la psicología del siglo XIX y principios del XX, un «idiota» era una persona con una discapacidad intelectual muy profunda.
Asimismo, hoy todos utilizamos la palabra idiota como un insulto, la primera acepción de la definición de la RAE dice “tonto o corto de entendimiento”, mientras que las otras cuatro deficiniones que se dan siguen este mismo espíritu despectivo.
Pero el origen de esta palabra es muy diferente al que señala la definición de la Academia, ya que el término llega al español del latín idiota, y a este por el original griego ἰδιώτης. El término heleno tiene la raíz ἴδιος, que significa “propio de sí”, “privado”, “particular” o “personal”. Con esta misma raíz tenemos hoy palabras como idiosincrasia (que tiene su propio temperamento) o idioma (lo que es propio de alguien o de un pueblo). Sumado a la raíz ἴδιος encontramos el sufijo ώτης que es, simplemente, un afijo que se añade para formar varios tipos de sustantivos, incluidos gentilicios y otros sustantivos que se refieren a tipos de personas.
Por ejemplo, en la obra atribuida a Aristóteles, Económica, encontramos la frase siguiente: Τὴν μὲν οὖν ἀρχαίαν τιμὴν ἐλάμβανεν ὁ ἰδιώτης, τὸ δὲ πλέον ἡ πόλις, καὶ εὐπόρησε χρημάτων, es decir “los individuos solo recibían el precio anterior de sus bienes por cuenta propia; y la ciudad, percibiendo el excedente o el producto neto del aumento, se enriqueció”. Aquí la palabra que dará en nuestro vocablo idiota no significa sino “particular”.
Con este término se designó a los ciudadanos que se alejaban de la vida pública y se dedicaban solo a sus asuntos particulares; por ello, quien se ocupaba sólo de lo suyo y no del estado era un idiota, y en tanto tal, pasó a estar mal considerado.
Aunque es necesario aclarar que el término, siempre dentro del mundo griego, tuvo otra significación, la de “lego” o desentendido en una materia. Así, por ejemplo, el historiador ateniense del siglo V a.C. Tucídides escribe en su Historia de la guerra del Peloponeso: Λεγέτω μὲν οὖν περὶ αὐτοῦ ὡς ἕκαστος γιγνώσκει καὶ ἰατρὸς καὶ ἰδιώτης, lo que podemos traducir por: “Que todos, médicos o legos, tengan la libertad de expresar su opinión sobre esto [la enfermedad]. Se hace una distinción clara entre aquel que tiene conocimientos y quien no los tiene.
En tanto que años más tarde, y ya utilizada la palabra en el mundo romano, en el inmenso corpus de textos romanos solo es utilizada esporádicamente: Lucilio (una vez), Séneca el Viejo, es decir, el padre del filósofo (una vez), Vitruvio (una vez), Aulo Gelio (una vez) y Cicerón (cuatro veces).
Es lógico que quien más utilice el término sea Cicerón, quien conocía el mundo griego a la perfección y, como bien sabemos, tradujo al latín la República de Platón; asimismo, de los ya mencionados, es el autor cuyo corpus es más copioso.
Entonces, no es de extrañar que nos encontremos con el mismo sentido que le da Tucídides en autores como Cicerón y Vitruvio. Este último autor no deja lugar a dudas cuando en De architectura dice:
Haec autem recte constituuntur, cum is et a fabris et ab idiotis patiatur accipere se consilia. namque omnes homines, non solum architecti, quod est bonum, possunt probare, sed inter idiotas et eos hoc est discrimen, quod idiota, nisi factum viderit, non potest scire, quid sit futurum, architectus autem, simul animo constituerit, antequam inceperit, et venustate et usu et decore quale sit futurum, habet definitum.
Lo cual podríamos pasar al español de la siguiente manera:
Y su éxito [el de los arquitectos] estará asegurado, si tiene la bondad de no cerrar los oídos a los consejos de los trabajadores corrientes, e incluso de personas ajenas a su arte: porque no es sólo para el arquitecto que se da para juzgar lo que es bueno. Sin embargo, existe esta diferencia entre el arquitecto y el lego, que el lego sólo puede hacerse una idea de la obra cuando está terminada; mientras que el arquitecto, incluso antes de haber comenzado la ejecución del plan que ha imaginado, capta a la perfección la belleza, la disposición, la conveniencia de su obra futura.
No hay aquí una visión despectiva, simplemente se señala por “idiota” que se carece de un conocimiento específico. Sin embargo, si bien está más cerca del significado actual del término, jamás podríamos decir que somos idiotas en física cuántica queriendo significar que desconocemos esa disciplina científica.
Este término griego y latino lo volveremos hallar en los textos medievales, así vemos cómo en las crónicas del padre Mateo de París (siglo XIII) detalla en su Chronica Maiora que Wufstan, un hombre de estado inglés, estaba separado del rey porque desconocía la lengua francesa: Quasi homo idiota, qui linguam gallicanam non noverat, nec regiis consiliis interesse poterat (“Pues era casi lego, ya que no sabía francés ni podía contribuir en las deliberaciones de la corte”). Aquí, el monje parisino mantiene en su latín el significado de la palabra que encontramos en Cicerón y también en el ejemplo traducido de Vitruvio.
El primer uso de la palabra en español lo encontramos en el siglo XIII la obra Milagros de Nuestra Señora de Gonzalo de Berceo, es decir, en pleno mester de clerecía. Dice el poeta:
Fo est missacantano al bispo acusado,
que era idïota, mal clérigo provado;
«Salve Sancta Parens» sólo tenié usado,
non sabié otra missa el torpe embargado.
¡Qué increíble! hasta del español tengo que traducir ahora. Bueno, sería más o menos así:
Fue el misacantano al obispo acusado
de que era idiota y mal clérigo probado:
“Salve Sancta Parens” sólo tenía usado,
no sabía otra misa el torpe embargado.
La diéresis sobre la i en “idïota” marca que es una palabra extranjera y ajena al español. Sobre este punto, el legado de Juan de Valdés es de una ayuda inestimable, ya que en su obra Diálogo de la lengua (Circa, 1535) escribe:
Pues no nos queréis dezir más equívocos, porque me acuerdo algunas vezes oíros dezir que desseáis introduzir ciertos vocablos en la lengua castellana, antes que passemos adelante, nos dezid qué vocablos son éstos. De buena voluntad os diré todos los que me vernán a la memoria. De la lengua griega desseo introduzir éstos que stan medio usados: paradoxa, tiranizar, idiota, ortografía. (…) Pues yo os lo diré agora, y tenerlo eis por dicho para siempre: paradoxa quiere dezir ‘cosa que viene sin pensarla’; idiota sinifica ‘hombre privado y sin letras’. ¿Entendéislos?
El mismo sentido que nos describe Juan de Valdés es el que aparece en el capítulo XXII de la primera parte del Quijote, más arriba citado. Nada hay de insulto en ello.
Los significados que le damos actualmente a “idiota” se registran a partir del siglo XIX, en gran parte en virtud de la psiquiatría. De tal modo que una de las novelas decimonónicas más importantes lleva por título El idiota y fue escrita por Dostoievski; en ella, el ruso relata los acontecimientos en torno del príncipe Myshkin quien, más allá de sus veinte años, tiene la mentalidad de un niño —no por lo inmaduro, sino por lo ingenuo—. Siempre habla antes de pensar, no ve diferencias entre personas y cree en la bondad de todos, no conoce las malas intenciones. Es por esto por lo que lo han apodado «el idiota». Su ingenuidad es traducida como estupidez por aquellos que lo conocen.
En conclusión, mi amigo Pablo estaba en lo cierto y la palabra “idiota” no merecía entrar en la lista de insultos que con tanto celo y exactitud él supo crear. Incluso cuando le comenté que había realizado esta pequeña investigación me contestó: “¿Pero vos sos idiota? ¿cómo vas a pensar que “idiota” era un insulto?”.
Shubert Silveira (Paysandú, Uruguay, 1991) Estudió filosofía en Montevideo, Psicología en Varsovia y Filología en París.
Cuéntanos en los comentarios qué tal te pareció la colección de textos de filología clásica y anécdotas de Shubert Silveira.
¿Quieres leer más ensayos latinoamericanos? Explora nuestra página y encuentra más textos.