En esta entrevista a Mónica Ojeda, charlamos de lo telúrico, la musicalidad y los conflictos humanos que se entrelazan en su última novela, ‘Chamanes eléctricos en la fiesta del sol’. A partir de una escritura meticulosa, la autora explora nuevos caminos en temas como la violencia y lo corporal, que la han colocado como una voz única en su potencia dentro de la literatura contemporánea.
Fotografía Carlota Vida.
Si hablamos de los sonidos de la naturaleza, los volcanes pueden comunicarse a través del estruendo de sus explosiones y del silencio que emana cuando están en reposo. Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) también se expresa a través de distintos tonos: habla, susurra, canta y grita desde cada una de sus obras. Su narrativa ha forjado una voz única y poderosa, que ahora emerge en las páginas de su última novela, Chamanes eléctricos en la fiesta del sol (Penguin Random House, 2024).
En su cuenta de Instagram, la autora compartió un reel en el que explica el origen de la novela. Durante una excursión al volcán ecuatoriano El Altar (Kapac Urku en kichwa), su grupo de amigas entonaba canciones improvisadas sobre volcanes andinos, y mencionó en una de ellas a las «voces ardientes» de los volcanes; este suceso fue el catalizador de todo. La escritura devino entonces en un viaje protagonizado por un grupo de jóvenes que, escapando de la violencia de sus respectivas ciudades, acuden a un festival de música en las montañas: sonido, baile, experiencias lisérgicas, miedo y deseo se conjugan en una trama que apunta y pone en tensión a lo que damos por hecho del amor, el perdón, la amistad y el abandono.
Tu estilo es muy poético, no solo por el uso de símbolos e imágenes, sino también por la musicalidad del texto en sí. ¿Consideras que ‘Chamanes eléctricos en la fiesta del sol’ es tu obra más ambiciosa en términos de ritmo y musicalidad, debido a su fuerte conexión con lo musical?
Siempre me ha importado el aspecto musical de la escritura. No me interesa la narrativa anclada en el significado, sí la que reclama el sonido de las voces y el pulso textual como experiencia poética. Cada libro me ofrece una relación particular con ese lenguaje sensorial y rítmico. Cada libro es un concierto distinto.
Eres una de las principales exponentes del Gótico Andino, un subgénero del terror latinoamericano. ‘Las Voladoras’ es uno de tus trabajos más identificados con este subgénero, destacándose por la corporalidad, la presencia del paisaje, la exploración del mal y las tradiciones orales. ¿Cómo fue tu primer acercamiento al mundo andino? ¿Cuál es el origen de tu fascinación por las cosmovisiones indígenas?
La primera vez que vi un volcán tenía 19 años y lo vi llorar lava. Era la mama Tungurahua. Yo había ido a Baños con un novio que tenía entonces y estaba enamorada. Hasta ese momento nunca había visto un volcán ardiendo. De niña apenas me llevaron a la Sierra. Yo no recuerdo la primera vez que vi el río ni el mar, pero sí la primera vez que vi un volcán. ¿Por qué será que determinadas imágenes se encarnan en la escritura? No lo sé. Solo sé que tuve una inclinación sensorial hacia la cordillera. Mi fascinación por los mitos y las cosmovisiones andinas, por otro lado, ha estado desde casi siempre, lo que pasa es que llevo poco tiempo alimentándola, acercándome a sus mitologías y relatos orales.
Los personajes de tu novela huyen de la violencia para sumergirse en la experiencia de un rave en las montañas. ¿Te inspiraste también en los conciertos que antaño se celebraban en el cráter del Pululahua? ¿De dónde provino esta idea?
Sí, me inspiré en ese festival en el cráter del Pululuhua que se hizo el 1999, en The Burning Man y en Los Jaivas, que hicieron conciertos en Machu Picchu y en la Antártida.
Has explorado antes el tema de la violencia en tu narrativa. ¿Cómo te ha ayudado la literatura a procesar la violencia, especialmente aquella que se vive en Ecuador, como la represión, la violencia de género y la criminalidad?
La escritura es lo opuesto a la violencia. La violencia te quita tiempo, la escritura te lo da. La violencia no te permite pensar, la escritura te ensancha el pensamiento. La violencia produce un cuerpo asustado; la escritura, un cuerpo apasionado. La literatura me hace sentir la emoción del refugio, me muestra que se puede hacer la vida, con toda su luz y oscuridad, a pesar de que seamos frágiles. Porque ser frágil no es igual a ser débil: hay una fortaleza innegable en la fragilidad. Y una ternura. Y una belleza.
Otro tema recurrente en tu narrativa es lo corporal, siendo ‘Mandíbula’ un ejemplo destacado. ¿Cómo interpretas el concepto de cuerpo en tu obra?
Es el cuerpo el que escribe. Es el cuerpo el que siente y gesta la palabra. La palabra es solo un impulso nervioso transformado en sonido o transformado en dibujo en una hoja en blanco. La escritura conjura un cuerpo emocionado que busca refundarse. Renueva la mirada, inventa una nueva escucha. La literatura imagina un cuerpo nuevo: más abierto al mundo, más consciente. Todo esto vive y respira en mi escritura. Como dice Derrida: “el arte sale del temblor del cuerpo”.
Se percibe un cuidado meticuloso en cada uno de tus textos, reflejando un trabajo investigativo, creativo y curatorial. En ‘La desfiguración Silva’ está el manejo del mundo cinematográfico; en ‘Nefando’, el lenguaje informático y en ‘Mandíbula’, las creepypastas. ¿Cómo es tu proceso de escritura? ¿Y cómo fue el proceso de escritura de ‘Chamanes eléctricos en la fiesta del sol’?
Para mí escribir es, como dice Silvia Rivera Cusicanqui, una labor de artesana. Implica una investigación guiada por la fascinación y por el asombro. Es un predisponer al cuerpo al encuentro con lo inesperado: a la emoción. Mi emoción guió mi investigación, así que leí mucho sobre música, chamanismo andino, mitología, danza e incluso astronomía. Leí y escribí durante cinco años. Trabajé cinco borradores. La estructura de la novela es desafiante, pero yo quería ese desafío y hacer que funcionara. También dejé que la vida entrara, es decir, todo lo que estaba y está pasando en Ecuador y que también nos afecta a los migrantes, que tenemos a toda nuestra familia y amigues allá. Estar lejos es difícil. Estar cerca es imposible. Pero la escritura puede acercarte a lo imposible.
En los últimos años, la literatura ecuatoriana ha ganado reconocimiento internacional. ¿Cómo ves el presente y futuro de nuestra literatura, considerando la emergencia de escritores como María Fernanda Ampuero, Natalia García Freire, Solange Rodríguez Pappe y Yuliana Ortiz?
Creo que es una literatura muy viva, pero que ya lo estaba antes de tener reconocimiento internacional. El problema no es cómo nos vean los de afuera, sino cómo nos estamos viendo a nosotros mismos. ¿Nos estamos viendo? ¿Nos estamos leyendo?
Mónica Ojeda Franco (Guayaquil, Ecuador, 1988)
Escritora ecuatoriana, reconocida como una de las voces más relevantes de la literatura latinoamericana contemporánea. Graduada en Comunicación Social con mención en Literatura por la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, amplió su formación realizando un máster en Creación Literaria en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Entre sus obras más destacadas se encuentran las novelas La desfiguración Silva (2014), Nefando (2016), Mandíbula (2018) y Chamanes eléctricos en la fiesta del sol (2024), así como los poemarios El ciclo de las piedras (2015) y Historia de la leche (2019), y el libro de cuentos Las voladoras (2020). Ha recibido numerosos reconocimientos por su trabajo literario, incluyendo el Premio Príncipe Claus Next Generation y el Premio ALBA Narrativa, y ha sido finalista en importantes premios como el Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa y el Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero.
Neal Moriarty – Richard Jiménez (Quito, Ecuador, 1988)Es parte del movimiento Terror Latinoamericano y del proyecto Escritoras Olvidadas de América Latina, Capítulo Ecuador. Licenciado en Filosofía y con un Máster en Estudios de la Cultura. Entre sus obras publicadas destacan la novela 47-Ojos (Ápeiron Ediciones, Madrid, 2022), el poemario Poemas masacrados (Casa de las Culturas, Quito, 2023), y el libro de cuentos Infiernitos de mi cuaderno de condenado (Casa de la Cultura Núcleo de Pichincha, Quito, 2024).
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