Emprender en la edición independiente implica un riesgo que solo puede asumirse desde el amor por las letras y el arte. El diseñador uruguayo Gustavo Wojciechowski (Maca), a la cabeza de la editorial de poesía Yaugurú, conversa con Karina Marín sobre el impulso que lo llevó a embarcarse en el mundo editorial a pesar de las condiciones adversas del mercado, con el ferviente deseo de crear libros únicos.
Fotografía Ricardo Antúnez, adhocFOTOS.
Esto fue más o menos así: un día, un amigo al que le pedí leer el manuscrito de Murga Padre, sugirió que consiguiera una editorial uruguaya que quisiera publicarlo, por motivos estrictamente simbólicos. Lo consideré. Recordé que, cuando viajé a Montevideo en 2022, mis ya acostumbradas visitas a algunas librerías de la ciudad de mi padre se concentraron en mirar algunas editoriales que publican, sobre todo, poesía. En aquel entonces me interesaba tener perspectiva y nuevas ideas, porque había intentado llevar a cabo el proyecto de una editorial dedicada estrictamente a la publicación de poesía, una editorial evanescente que, paradójicamente, se esfumó antes de que pudiera dar más de dos pasos. En ese momento, sin embargo, de paseo por Montevideo, conversé con libreras y libreros y les pedí que me orientaran: en un país con tantas y tantos poetas, las opciones se multiplicaban ante mis ojos. Las recomendaciones de los libreros coincidieron, ante todo, en tres editoriales independientes. Casi un año después, pensando en la publicación de mi libro, hice un rastreo más profundo de cada una de esas editoriales, y una noche, ante el archivo de lo que consideré en ese momento la versión final del libro, tomé la decisión de escribirle, en primer lugar, al editor de Yaugurú, Gustavo Wojciechowski, más conocido como Maca. “No me conoces –le dije– pero me gustaría que mi último libro fuese editado en Montevideo. Quiero saber si quieres considerarlo”.
Maca nació en Montevideo en 1956. Su página web señala que, desde que diseñó su primera carátula de un libro en 1978, se ha dedicado al diseño gráfico y a la ilustración de forma independiente. Su hoja de vida es robusta y muy variada. Por señalar algunos elementos de su trayectoria, vale decir que ha sido ilustrador en varios periódicos y revistas uruguayos, docente universitario del campo del diseño y que además de editor, es poeta. Ha publicado, entre otros, M, textículos y contumacias (1994); Tipografías. Poemas&Polacos (2002); Aquí debería ir el título (caja de poesía visual) (2008); Abisinia entre otras cosas que pude haber escrito y hoy ya no recuerdo (2009); De entonces acá (2011); Patria y otros poemas electOrales (2014); Esto no es un libro de poemas (2015). Ha recibido varios reconocimientos a su labor, entre los que sobresalen el de la Trayectoria Académica-Profesional en el Diseño, en el I Congreso Latinoamericano de Enseñanza de Diseño, de la Universidad de Palermo, en Buenos Aires, y el Premio al Mérito Gráfico y Esfuerzo Editorial por su trabajo con Yaugurú, otorgado por la Cámara Uruguaya del libro, ambos de 2010. Además, hay un rasgo de él que me parece fascinante: es actor y testigo de la historia cultural uruguaya de los últimos cuarenta y cinco años, una historia cultural también matizada por las atrocidades cometidas por un gobierno militar que aún retumba en el imaginario del país oriental.
En su respuesta a mi mensaje, Maca pidió que le enviara el manuscrito. Un par de meses después dijo que le había gustado, que quería publicarlo, y luego de varios correos electrónicos mediante los cuales fuimos puliendo detalles de manera muy pragmática, en noviembre de 2023 viajé de nuevo a Montevideo, esta vez para recoger mi libro, ya publicado por Yaugurú, y poder conocer a mi editor. Maca llegó al hotel en el que me hospedé en medio de anuncios metereológicos que advertían de una tarde con vientos huracanados y lluvia. Llegó cargado de un pesado bolso con varios ejemplares de mi trabajo y otras publicaciones de Yaugurú que conservo ahora con emoción. Más tarde, iniciamos nuestra conversación durante una corta caminata que nos permitió recorrer, en medio del frío, algunas calles del barrio de Pocitos. Apenas encontramos una cafetería, nos ubicamos en una pequeña mesa, en donde le pedí que me permitiera grabar nuestro intercambio.
Cuéntame un poco sobre Yaugurú…
El origen de la editorial fue que a mí me llegaban autores para hacer el diseño de las carátulas (portadas), y a la vez me pedían algún consejo u opinión de su propio libro. Entonces estaba haciendo un trabajo de editor, sin serlo. Por eso dije “hagámoslo”. En principio mi idea era publicar dos o tres libros por año, pero libros que realmente me gustaran. Con el tiempo me fui dando cuenta de que me gustaban más cosas de las que pensé que me gustaban, sobre todo cosas que me motivaran para diseñar, que ese es uno de los pilares fundamentales de la editorial: yo no tomo ningún libro que no me motive para diseñarlo, en el entendido de que la colección se basa en tratar especialmente cada material. Hay colecciones que lo que hacen es uniformizar: son todos los libros iguales. Mi discurso de identidad es totalmente distinto: son todos distintos.
Claro, los he visto, tienen distintos tamaños, formatos… Tus libros no se parecen entre sí. Hay, para cada uno, un diseño particular que dialoga con el texto.
Sí, ¿y por qué? Porque cada libro es distinto. Y como esta es una editorial pequeña, que solo atiende a Uruguay, no tengo la necesidad de uniformizar. Y yo creo que, igualmente, el discurso de identidad se mantiene sin que yo tenga que igualar todas las cosas. Yo siempre digo que no puedo ponerle el mismo sombrero a Benedetti que a Onetti. Primero, porque tienen cabezas distintas. Entonces tengo que hacer un sombrero a la medida de cada uno. Yo trato de trabajar de esa manera.
En 2024, la editorial está cumpliendo 20 años. Cuando nació Yaugurú, en 2004, Uruguay atravesaba por una de sus peores crisis… ¿Por qué hacer una editorial en ese momento?
La poesía siempre está en crisis, entonces no hay problema con eso. En el 2002 fue la gran crisis económica, en el gobierno de Batlle. Ahí diseñé una tipografía, la de Yaugurú, que es casi como un código de barras. Yaugurú es Uruguay al revés, porque el país estaba patas para arriba en ese momento. La tipografía no tiene diagonales, por lo tanto, se comporta casi como un código de barras, porque el país estaba en venta. Entonces primero surgió la tipografía, y después la editorial. Y sucedió porque yo estaba diseñando un libro de Santiago Tabela y tenía esa idea de armar una pequeña editorial que finalmente se concretó con ese libro. Yo ya había trabajado en editoriales para las que fui asesor literario, lector… Antes, diseñé para Ediciones de Uno, que fue una cooperativa de poetas, en plena dictadura, en la que nos juntamos nueve poetas, a quienes no nos conocía nadie, y lo que hicimos, en vez de que cada uno hiciera una edición de autor, fue tramitar en conjunto para publicar y ayudarnos mutuamente.
Ediciones de Uno sería entonces el precursor de Yaugurú…
Claro, de alguna manera Yaugurú continúa ese trabajo, en cuanto al espíritu, en cuanto a tratar especialmente cada libro, en cuanto a trabajar con la interdisciplina. Yo estoy muy vinculado a muchos músicos.
He visto las portadas que has hecho de los discos de Fernando Cabrera. La portada de Intro, por ejemplo…
Con Fernando somos de la misma generación, somos amigos. He diseñado sus carátulas desde su primer disco. Y hemos hecho algunos espectáculos juntos. Es un tipo divino…
… aparte de un gran poeta.
Totalmente. Sus textos son sumamente cuidadosos; además, es un tipo muy original. Lo que hace no se parece a nada.
Uruguay es un país repleto de poetas, ¿no?
Sí. Creo que hay una desproporción en la oferta cultural con respecto a la población que tenemos. Hay muchísima gente escribiendo, hay muchísimos músicos de distintos estilos –folklore, rock, instrumental– pero no hay mercado. Entonces, por ejemplo, el elenco de una obra teatral está cuatro, cinco, seis meses ensayando para estar de repente un mes en cartel, o incluso menos. Fernando Cabrera, por ejemplo, si no fuera por Argentina, se moriría de hambre. Acá puede hacer dos noches al año en el Teatro Solís. En cambio, en Argentina va a Córdova, a Buenos Aires, a Rosario… Es un mercado enorme, comparado con el uruguayo.
Además, toda esa situación se ahonda con la desconexión que tiene Uruguay con el resto de América Latina. Argentina es como una puerta de salida, ¿no?
Sí, totalmente.
Pero ante tantos escritores, sobre todo de poesía, Yaugurú cumple un rol muy importante. El año pasado visité varias librerías en Montevideo, y todas las personas encargadas me hablaron en primer lugar de tu editorial… ¿No sientes una responsabilidad en ese sentido?
Sí, sí, de alguna manera sí; pero esto es totalmente placentero. A mí nadie me mandó, yo me metí solo y sabiendo en dónde me metía. Yo les decía siempre a los estudiantes: “no definan el trabajo por el dinero. Vos hacés un trabajo y podés ganar cinco, diez o mil. De todas maneras, ese dinero te lo vas a gastar. Pero si hacés el trabajo y es una porquería, pero lo hiciste solo por dinero, cada vez que lo veas va a ser como un enemigo, que te va a reclamar constantemente. En cambio, si lo hiciste y estás conforme con lo que hiciste, te vas a sentir orgulloso. La idea de la editorial es esa: que estemos orgullosas las dos personas: el autor y el editor, contentos con el libro, disfrutando lo que tenemos. Me ha pasado, y es horrible, que me regalen un libro y me digan “no quedó muy bien, pero ni modo…” ¡No puede pasar eso! No tiene sentido pasarla mal. Hay que pasarla bien. Este trayecto es para eso.
Te la pasas tan bien que publicas alrededor de treinta libros al año…
Bueno, la editorial se fue ampliando precisamente porque hay mucha gente escribiendo. No es porque sí. Es porque hay muchas cosas que publicar.
Y no has publicado solamente a escritores uruguayos…
No. El mes pasado salió la primera edición de Una temporada en el infierno, de Rimbaud, en traducción y edición uruguaya. He editado a colombianos como Gustavo Cobo Borda, Jota Mario Arbeláez… Gente de Centroamérica también. He tenido la suerte de estar en Guatemala y otros países, conociendo eso que acá no se conoce, como ellos no conocen nada de Uruguay. Si preguntas por poetas uruguayos te dicen Benedetti, y capaz que ahora te dirán Ida Vitale o Cristina Peri Rossi, o tal vez Rafael Cortoassie, porque ha viajado mucho. No mucho más.
Bueno, si hay tanta gente escribiendo en Uruguay, hay lectores, ¿cierto? ¿Quién lee poesía?
Yo digo una cosa: si un libro de Yaugurú lo compran solo los poetas, pero todos los poetas que hay en Uruguay, agotamos la edición. Pero como te digo: nadie me engañó. Estoy acá porque quiero estar acá y quiero hacer esto. Las dos veces que me ofrecieron trabajar en agencias de publicidad, puse condiciones como para que me dijeran que no, porque no quería. ¿Qué es lo que me gusta a mí? Diseñar libros de poesía. Ya sé que con eso me voy a morir de hambre, pero la paso bien.
¿A qué poeta que no has publicado te gustaría publicar?
Bueno, muchísimos. ¿Uruguayos? Saúl Pérez Gadea es un poeta que me gusta muchísimo, su libro Homociudades es, para mí, fantástico. A Marosa Di Giorgio, pero Marosa ya está publicada, no es necesario. Yo había hecho un plan de diez o quince autores o libros de poesía uruguaya que habría que re-editar. Algunos de esos ya los re-edité: Safarrancho Solo, de Cristina Carneiro, La Salve Multiforme de Cuña Figueroa, el autor del himno nacional uruguayo, y del paraguayo también… eso ya te da para desconfiar (ríe) porque escribió también un libro que se llama Apología y nomenclatura del carajo que es, en métrica regular, todas las formas y palabras para nombrar el pene. Es fantástico cuando ves eso junto a la letra del himno nacional… es descacharrante… siglo XIX. Tenía poesía visual y La Salve Multiforme son 33 versos y 37 tablas, entonces vos tomás el primer verso de la primea tabla con el segundo de la segunda tabla y conformás un salmo a la virgen María… pero es todo permutable, porque podés juntar el tercero con el cuarto y así, sucesivamente, y siempre va a coincidir un salmo.
Me recuerda a ‘Sollozo por Pedro Jara’, el poema magistral del ecuatoriano Efraín Jara Idrovo. Puedes hacer algo parecido con sus versos y sus estrofas…
Yo tengo uno en el que adjudico un verso para cada letra, entonces digitás nombre y apellido, y tenés dos estrofas de un poema, digitás el mío y tenés otro poema.
Un trabajo bastante artesanal…
Claro.
Voy a terminar con una pregunta algo apocalíptica: ¿para qué hacer poesía hoy?
Bueno, se sigue haciendo porque es una necesidad. Yo, en este momento, no estoy escribiendo, lo cual no me preocupa en lo más mínimo. No soy de esas personas que se angustian cuando no escriben. A mí no me pasa nada. Por ahora no estoy escribiendo ni pienso escribir, porque no tengo nada que decir. Ahora, yo creo que la creación es parte indisoluble del ser humano, pero lo que pasa es que encasillamos: esto es poesía, esto no es poesía… La creación es permanente en todo ser humano. Por ahora, yo estoy tranquilo.
Gustavo Wojciechowski (Montevideo, Uruguay, 1956)
Mejor conocido como Maca, es diseñador gráfico, escritor, editor y publicista uruguayo. En 1982 fundó e integró la Revista Uno en la Cultura y también el colectivo y sello editorial Ediciones de UNO (junto a Agamenón Castrillón y Héctor Bardanca), además del panfleto de agitación cultural «La Oreja Cortada». En 2004 creó su propio sello editorial: Yaugurú, que publica mayormente poesía. Colabora además como ilustrador para diferentes medios de prensa.
Karina Marín (Quito, Ecuador /Montevideo, Uruguay, 1978)
Es escritora, profesora e investigadora académica. Doctora en Literatura por la Universidad de los Andes, Colombia. Ha publicado los ensayos Cuerpos exhumados. Desfiguraciones de la nación en la literatura ecuatoriana (Premio Revista Iberoamericana IILI, 2018) y Sostener la mirada. Apuntes para una ética de la discapacidad (Festina Lente, 2020). En poesía ha publicado Murga Padre, en 2024 con Editorial Yaugurú.
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