Fernando Endara analiza a profundidad la ópera prima de Abril Altamirano, un libro de cuentos en donde la animalidad y lo fantástico son vehículos para la justicia poética de las mujeres en contra de la norma que las oprime. Con El impulso femenino de saltar por las ventanas, Altamirano redefine el terror en lo cotidiano de la experiencia femenina. Su prosa sutil e introspectiva toca temas que incomodan, como el horror oculto en la maternidad, el control masculino y la búsqueda de libertad versus las imposiciones sociales, en historias que inquietan a la vez que invitan al lector a una profunda reflexión política.
Portada: Lilith, de John Collier (1887), intervenida con AI generativa para generar un fondo más extenso.
Desde las cenizas me levanto
Con mi cabello rojo
Y devoro hombres como el aire.
‘Lady Lazarus’, Silvia Plath.
El impulso femenino de saltar por las ventanas, de la quiteña Abril Altamirano, es un libro de cuentos en donde el horror y lo femenino dan rienda a una poética y política que visibiliza la literatura femenina de inicios del siglo XXI. Como en otras obras de autoras ecuatorianas –Ojeda, Ampuero, Araya–, Altamirano busca el terror en lo cotidiano de la experiencia femenina.
La opera primera de Abril ganó, con sobra de merecimientos, el premio Joaquín Gallegos Lara del 2024. Son 13 relatos agrupados en 3 secciones: “Males heredados”, “Terrores nocturnos” y “Vértigo y ventanas”. La mayoría de los cuentos se escriben en primera persona, con una voz narrativa que muestra la experiencia de ser mujer a través de un lenguaje sencillo y coloquial, cercano al lector. Así, cada narración pareciera un testimonio de una situación que, por normalizada, no se visualiza en su real dimensión.
En “Males heredados”, los textos hacen énfasis en la maternidad y sus desafíos. Por supuesto, el cuerpo femenino en su capacidad de maternar ha sido controlado por los poderes biopolíticos de diversas maneras a lo largo de la historia. La maternidad es una forma de control sobre la sexualidad, el deseo, el trabajo y el cuerpo de las mujeres. Por ello, en la literatura contemporánea existe una vasta producción sobre la maternidad y la no maternidad. Este debate posibilitó que muchas autoras den nombre a aquello que existía, pero que casi nadie se atrevía a nombrar: la maternidad como un horror.
Y es que, lejos del relato tradicional en donde una mujer alcanza la panacea al ser madre y cabeza de hogar, lo cierto es que el embarazo y la maternidad aterran. Ninguna mujer está preparada para los abrumadores cambios físicos y psicológicos que acompañan el proceso de gestación. De igual manera, ni la pareja –si es que acompaña el proceso– ni la familia de la nueva madre saben a ciencia cierta cómo empatizar y colaborar con la situación, lo cual genera aislamiento, soledad y ansiedad.
Para algunas mujeres, este proceso puede asumirse como una realización personal; sin embargo, para muchas otras puede resultar una imposición. La obligación sociocultural de maternar genera violencia, y esta violencia es la que surge en la cotidianidad para dar vida al horror de Altamirano.
Así, en los cuentos que abren el volumen se encuentra una madre que “es como quien se come lo que crea”, para evitar que se lleven al producto de sus entrañas. Otra madre da a luz a una persona enferma, casi desahuciada. ¿Vale la pena el esfuerzo para que una criatura así sobreviva y se integre a un mundo de dolor? La madre debe decidir. También aparece una hija que lucha contra los designios de la sangre, al ser heredera de una estirpe de brujas que acaba con los varones. Sobre la relación turbulenta entre madres e hijas resalta la novela Mandíbula, de Mónica Ojeda. Parece ser que los cuentos de Abril siguen esa estela con otros recursos: mientras Ojeda es visceral, abyecta, obscena y casi mórbida, Altamirano es sutil, velada, introspectiva.
Otro recurso de los cuentos de Altamirano es su roce con el fantástico, en donde el ser humano es un continuum de las plantas y los animales. Para el antropólogo David Le Breton (2002), existen varias formas de interpretar el cuerpo humano en la modernidad: el paradigma científico moderno separa al cuerpo humano del cosmos, de la naturaleza y de los otros para convertirlo en un sujeto; por otro lado, para varios grupos premodernos el cuerpo humano es indivisible y está integrado al cosmos, a la naturaleza y a la comunidad. Para estos grupos, el humano está tejido con los mismos elementos que las plantas y los animales; por ello, se posibilita la transformación.
Con este telón de fondo, Abril crea personajes que devienen en planta o animal, que, a lo Horacio Quiroga, asustan por su cercanía y viscosidad, por su capacidad para evocar el asco y la ternura al unísono.
En “Terrores nocturnos”, el relato “Eclosión” –mi favorito del libro– cuenta la pasión de la niña Ema: cuidar y criar larvas de tandacucha. Este tipo de mariposas gigantes se asocian, según las creencias locales ecuatorianas, con la muerte o la desgracia. Por eso se las conoce como ‘’mariposa negra’ o ‘mariposa de la muerte’. Cuando la madre de Ema descubrió las crisálidas, las aplastó con horror solo para encontrarlas de vuelta en el plato de sopa. Un cuento que resulta una genialidad y que permitió que Abril reciba la beca Mary Wollstonecraft Shelley, de la Horror Writers Association.
Otro relato interesante es “El alfiletero”, dedicado a la autora de Frankenstein. Acá encontramos a una esposa despreciada por su marido, quien la humilla de manera explícita e implícita. Esta relación de pareja, lejos de ser sorprendente, resulta la norma en nuestra cotidianidad. Muchos matrimonios se convierten en cárceles para las esposas, que cargan mayores responsabilidades en el cuidado del hogar y de sus integrantes. Así, mientras el hombre se convierte en un sujeto público, la mujer queda cautiva en la casa y es juzgada por su capacidad para mantener en orden y la limpieza el espacio doméstico. En este cuento resalta la postura crítica de la autora, en una representación del matrimonio como una de las formas de dominio del hombre sobre la mujer.
Por eso, quizá, surge esa urgencia femenina de saltar por las ventanas: debido al poder –y el abuso de poder– que ejercemos los hombres. Por eso la cantidad de eufemismos para nombrar, descolocar o invisibilizar el machismo, mientras se pone la culpa en las mujeres: se las tacha de locas, exageradas, feminazis, neuróticas e histéricas cuando, siempre lo supimos, somos los hombres los violentos y arbitrarios. El punto es que nuestra sociedad tiene un doble estándar para medir la moralidad de los hombres y mujeres. Abril no solo lo sabe, sino que lo ha vivido en carne propia. Estos cuentos no son para alegrarnos o para distraernos; son para confrontarnos, para que, como lectores, cuestionemos nuestras prácticas machistas en nuestros círculos familiares, digitales y literarios.
Por eso estos cuentos son políticos, porque nos llaman a la reflexión y a la acción. Historias cotidianas que requieren acciones cotidianas y a nuestro alcance. El texto “Carnada”, otro de mis favoritos, tiene como protagonista a una mujer que devora hombres. Un relato necesario que busca justicia poética: la asesina cobra venganza por las muchísimas mujeres asesinada por hombres que, hay que decirlo, casi siempre quedan en la impunidad.
Era necesario que la literatura visibilice el femicidio al invertir el tópico. Tal como Ryan Murphy lo abordó en American Horror Storie: Cult, en donde un grupo de feministas influenciadas por el manifiesto SCUM cobran venganza a través de una serie de asesinatos atribuidos a un desconocido bajo el pseudónimo “Zodiaco”. Más allá de esta posible ucronía, no debemos olvidar que la mujer malvada es un tópico de la literatura utilizada por autores para moralizar el comportamiento femenino. Abril plantea un contrapunto, porque trata de moralizar el comportamiento masculino asociado con el abuso, la violencia y la violación.
La tercera parte del libro contiene cinco de los relatos más poéticos del volumen. “Un pájaro canta en medio de la noche” tiene ese eco misterioso de la narrativa de María Luisa Bombal, mientras que “Campo de trigo con cuervos o el impulso femenino de saltar por las ventanas” da nombre al volumen al narrar de manera surreal una caída al abismo, como si fuera un cuadro de Leonora Carrington.
“Una extraña en mi cocina” es otro texto que reflexiona sobre el matrimonio como un sitio para la dominación del hombre, al mostrar a una mujer que se encuentra con su doble. Mientras la narradora vive la angustia, el cansancio y la ansiedad de llevar un hogar con un marido –que, como casi todos, no es capaz de sentir empatía ni nada que no sean sus propias sensaciones físicas–, ella observa a su doble, otra mujer con sus dotes y apariencia que vive radiante en la casa. Mientras ella se ve derrotada, la doble se ve realizada; mientras ella se avejenta, la doble rejuvenece; mientras ella es ignorada, la doble es deseada por el marido. Así, Abril visibiliza la transición entre el inicio del matrimonio y la cotidianidad, en donde los poderes e instituciones recargan de obligaciones a las mujeres para el descanso de los hombres. La familia tradicional, por supuesto, es la legitimación de este dominio.
En el relato “La doble vida de las arañas”, los octópodos se convierten en vigilantes que delatarán cualquier salida de la norma. Así, como ojos de araña, son nuestros vecinos, conocidos y amigos, atentos a nuestros movimientos para sancionar, censurar o violentar todo aquello que se sale de una norma que, al parecer, se está volviendo a estrechar. Prohibido ser uno mismo, peor aún si eres mujer. Las arañas actúan como una metáfora de las cámaras de vigilancia colocadas no tanto para protegernos, sino para vigilarnos y castigarnos. De seguro Foucault hubiera estado encantado con este relato, en donde los arácnidos somos nosotros mismos encarcelando a los otros.
Para terminar, “Verde que te quiero verde”, un verso que proviene del “Romance Sonámbulo” de Federico García Lorca, da título a un hermoso texto en donde la narradora se convierte en árbol después de que su pareja se volvió todo bosque, todo verde, todo aroma, todo paz. Maravillosa manera de cerrar un volumen crítico, poético y político, un volumen que denuncia y que propone, que ante las calamidades de la mayoría de relatos encuentra una salida en el verde, en la ternura y la comunión con lo natural.
Abril, con acierto, parece indicarnos que es momento de volver a conectar con aquello que nos rodea; de devenir planta o devenir insecto. Su literatura entretiene, impacta, asusta, transforma y compromete. Con flores blancas en las puntas de sus dedos, Abril ingresa en las letras ecuatorianas como una trabajadora de la palabra cercana y comprometida. ¿De qué sirve leer si no salimos transformados? El impulso femenino de saltar por las ventanas es la reafirmación de que, ante el deseo masculino violento de cerrar las puertas y ventanas, las mujeres siempre escaparán. La escritura de Abril es esa caída al precipicio, el vuelo antes del impacto.
Bibliografía
Altamirano, A. (2024). El impulso femenino de saltar por las ventanas . Cuenca: Editorial La Caída.Le Breton, D. (2002). Antropología del cuerpo y modernidad. Buenos Aires: Nueva Visión.
Fernando Endara (Píllaro, Ecuador, 1991). Licenciado en Comunicación. Maestro en Antropología. Docente, investigador y gestor cultural.
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