En los poemas de Andrea Armijos Echeverría late la belleza de lo extraviado, lo irrecuperable. Un duelo permanente se asienta en la voz que, oscilante entre la serenidad y la angustia, habla de la avaricia del hombre, la maternidad mutilada, el amor y el paso del tiempo lejos del hogar. Esta selección forma parte de su primer poemario, todavía inédito.
Fotografía por Alvi Tercero.
piñas
a los hombres les encantan las piñas
piñas de niñas
las niñas somos piñas
y comemos piñas todos los días
los hombres blancos un día hallaron piñas
las dibujaron
les encantaron
las subieron a un barco
como si fueran perritos
y las quisieron llevar
de esclavas
en sus pontífices barcos
pero las piñas ya arriba
se revelaron
asqueadas del olor a sal
a hombre
a cuerpo de hombre
que quiere sin sentir
que hace sin hacer
las piñas se pudrieron
se mataron
se entregaron ellas mismas
sus muertes
no se echaron al mar
prefirieron dejar sus cadáveres olorosos
a fruta sin sabor
a guardado
a reseco sin propósito
a un licor caliente que no se puede tomar
que no embriaga
ese olor y su presencia pestilente
en el barco
en la madera imperial
en los siglos de los siglos
embarrando el espacio
la historia
por donde pasarían los marineritos roncos
ensuciando las plantas de sus pies
haciéndolos resbalar en el intento de cobrarse una piña
prefirieron asirse al aire invernado del barco
antes que liberar a esa tripulación azulnegra
del olor a putrefacción
a muerte
a mentira
se quedaron
las piñas
ellos se lamentaron
nadie les creería
que esos cadáveres autoinmolados
alguna vez
habían sido
la creación más divina conocida
del nuevo al viejo mundo
y entonces
se llevaron las semillas
de las piñas
las raíces
la tierra en la que crecían
un poquito de su aire y su brisa perenne
ya está, pensaron
esta vez venceremos, pensaron
e hicieron piñas
sus propias piñas
en los barcos
en los edificios
en las universidades
y las regaron por todo el mundo
por todo el concreto
el concreto no será problema, dijeron
nunca es problema
civilización, dijeron
todos les creyeron
se engulleron las piñas
las devoraron
las piñas
las hijas de las piñas querían morirse
las piñas se sintieron a sí mismas
amargas
sabor a papel
a cartón
a zapato
más tarde, peor
a plástico
pero ya no importó
no eran piñas
eran otra cosa
con el nombre de piñas
y desde entonces
las piñas andan por el mundo
lamentando no ser piñas
lamentando ser pedazos gigantes
de amarillo
con olor a piña
lo que fue una piña
entonces cuando las piñas
aún eran niñas.
carcoma
Aún me culpo por tu ausencia, hijo.
Me duraste la mitad de la vida y al final de esa mitad, me fui
más lejos te fuiste
no pude retener el avance de lo estrepitoso
de la vejez.
Un hijo anciano
una madre de hojalata
aún me culpo por tu soledad al final, hijo.
Me remuerde tu mirada sin mirar
tu aliento a punto de estallar
tus manos rogando
ese día final
en tu cumpleaños
en el que aún sin darme por vencida,
me llené de dolor por la magnitud del tuyo
quería que caminaras
que saltaras
que jugaras
que gritaras
que bailaras
te sentaras
estudiaras el ambiente
antes de hacer algo
mínimo
de tus cosas mínimas
que siempre me deleitaban
quería llamarte por todos tus nombres
y que respondieras
sí, mamá
pero tu cuerpo era un envoltorio
de los mecanismos de una vida
que se iba cortando
te fuiste cortando
te fuiste apagando
y cuando más fuerte habría querido apretar tu rostro contra el mío
me fui
más lejos te fuiste
no pude retener el paso de un tiempo asqueroso, voraz
que se come los años por lustros y no por días
aún me culpo por tu miedo, hijo
es mi culpa
no haber sido suficiente
no ser nunca suficiente
para nadie
ni para mí.
te entrego hasta mi nombre
te entrego hasta mi nombre
desde el primer trazo de la primera letra de un nombre frívolo y arrancado, pero mío
desde las agujas que hilaron el miedo a la vida con el que nací y a la que me he aferrado solo para decirte que te entrego mi nombre.
el primer pedazo de ese nombre que me esfuerzo en alargar, es tuyo
la última parte, la que se olvida en los cajones porque es desechable como las generaciones
esa parte que rescato como a un perrito abandonado en un charco de fango mugriento, es tuya.
pero también cada forma en la que ese nombre se diminutiviza, se enfría, se encoge
y se convierte en uno más de mis nombres
los azarosos y los feos, los coagulantes y los de azúcar.
me entrego yo misma, estos brazos fríos y pobres que se enganchan
a un crecimiento que no conocen
y estas piernas que me sostienen a veces en contra de la voluntad, contra la gravedad.
el nacimiento de esas partes inútiles de un cuerpo inútil, violento y violentado
te entrego ese día, ese despertar amargo de domingo, qué aburrido nacer un domingo
lamento lo aburrido de un domingo, pero te entrego ese y todos los domingos.
mi crecimiento desesperado
te entrego el nunca haber sido adolescente
nunca haber crecido. Te entrego mis pausas patológicas.
Mi nombre es el más común de los nombres y aun así me atrevo a entregártelo
algún día lo cambiaré, lo desecharé, lo aplastaré, lo hundiré
como al perrito en el lodo, como todos mis nombres anteriores en mi madre y en mi abuela.
Pero disfruta que te entrego hasta mi nombre
aparte de mis manos calientes y silenciosas
de mi pecho explotando en cada mirada, en cada silencio que me imagino que se haga palabra.
Disfruta de mi nombre triste y rancio
porque no durará mucho en su lugar, no por mucho será mío
cuando no sea mío intentarás devolvérmelo, pero ya será muy tarde para regresar.
Algún día me pedirás que te lo entregue, y yo
con mi cabecita a un lado diré que sí
y te entregaré todo. Hasta mi nombre.
Y todo lo anterior a esa entrega será ceniza.
dilatación
No le sé explicar cómo
el tiempo es corto
y el tiempo es largo
corto para levantarse
en este invierno de mierda
que no deja de oler a sal
a azufre
a humedad
que se deja ser por días y meses
esa humedad verde que no se evapora
sino que se queda en las plantas de los zapatos
en los bolsillos
en los dobleces de la ropa
para pudrirse
y oler mal.
Corto para drenar
de este cerebro de mierda
las palabras que se atoraron
por falta de pulsaciones
por falta de horarios
por miedo a que de lo poco que se sabe
también se diga poco
vive una con miedo
de que la descubran
de que todo el mundo sepa
lo que realmente se es
un jueguito de mesa
un escaparate
o solo la mesa vacía.
Largo para los caminos congelados
para las idas y vueltas al supermercado
asquerosos encierros cotidianos
en los que el tiempo se dilata.
No sé bien cómo explicarle
que se eternizan las horas del balbuceo
que tender la cama empieza en la mañana
y termina nunca
que esperar el sol es estúpido e ilusorio
niña tonta, el sol no existe
solo conoces el sol perpendicular
y aquí es una sombrita media amarilla
que tiene miedo de brillar
de iluminar.
Casi siempre
no le sé explicar lo que se siente
tener dos versiones del tiempo
de un mismo tiempo
no se puede ser muy especial
como para que el tiempo decida partirse
para una
pero es que
así, desposeída
el tiempo ya hasta parece un fluido maloliente
del que una se aleja, pero sin saber en qué cajón del refri
se pudre
se extingue
se dilata.
Andrea Armijos Echeverría (Quito, Ecuador, 1996).
Es escritora, editora, profesora y actualmente estudiante de doctorado de The Ohio State University, Estados Unidos, cuyos intereses giran en torno a la literatura y la escritura producida por mujeres en América Latina desde la época colonial hasta la actualidad. Ha trabajado con narrativa de escrituras contemporáneas latinoamericanas, así como con textos de religiosas coloniales; su investigación se centra en los procesos legales y testamentarios de las mujeres indígenas en la colonia hispanoamericana. Ha publicado artículos y reseñas en revistas, así como el libro de cuentos Cómo tratan las mujeres a sus peces dorados (FLAP, 2016); y forma parte de diversas antologías narrativas en Ecuador y España.
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