Los poemas de Mateo Febres Guzmán crean imágenes corpóreas y nos ubican espacialmente en paisajes conocidos. La desnudez física y emocional atraviesa los poemas, resaltando la fuerza que contiene a la cotidianidad efímera.
Fotografía por Jean-Pierre Olivares.
Islas
Como habiendo sido testigos de la niebla
nos sumimos en una desnudez de orilla de río
entre las vísceras de la cañada.
(Ebrios de tempestad
mirámonos atónitos;
luego los rostros sumergidos en las manos
recordando tantas cosas muertas ya,
y tantas cosas vivas que no nos pertenecen.
En este oscuro parto roto en dos
partimos a la orilla yerma,
a la amplitud de la arena
y acariciamos nuestros cuerpos
como intentando airear la casa,
como intentando darle forma al agua).
Es esa nuestra desnudez
(incendio y guillotinas).
Son esas nuestras islas multitudinarias
(la desnudez, única patria)
en que colapsamos lentamente
hacia un rumor de río
en el fondo (visceral)
de la cañada.
(De Salvaje cielo azul)
Carnaval
Envíame recortes de periódico,
devuélveme lo recordado intacto
pero ensangrentado de tu sangre,
pero ardiendo de tu ardor.
Dime todas las cosas a partir de los silencios,
vayamos recogiendo de las ruinas
nuestro hogar dilapidado,
nuestra fragmentación,
y pongámonos a hacer castillos en el lodo
acariciándonos las manos.
Desmoróname,
adultérame,
profáname.
Destrúyeme la cara
o confeccióname una máscara
a través de la cual yo pueda verte
cuando llegue el carnaval.
Alúmbrame y déjame huérfano.
Arrógate el poder de darme nombre,
atácame,
desperdíciame,
consúmeme.
Asáltame, quítame todo,
hazme sangrar.
(De Salvaje cielo azul)
<3
Se llamaba como el mar y eran sus ojos como lluvia bajo
el trópico.
Eran las playas y los puertos en que nuestros barcos
naufragaban,
era el trayecto que ensayamos en busca de un hogar seguro,
eran las cuatro y media de la tarde, hora dorada,
era el calor.
Lo que empezó siendo el océano se volvió una lenta pesadilla.
Es así como las cosas nos pasaban por entonces;
el retoño de un idilio sumergido en un vaso de ginebra,
el delirante deambular por la ciudad que había sido nuestra
y que empezamos, con el frenesí de días como lustros,
a desconocer sin percatarnos.
(Leíamos en la cama, los domingos.
Una nube de cigarrillo se cernía sobre nosotros.
De pronto nos decíamos en voz alta algún fragmento,
nos reíamos un poco,
nos besábamos,
y con eso otra botella de licor.
Leíamos en la cama, los domingos,
y estábamos desnudos.
Todo eso quedó atrás:
con nuestros sueños, nuestros días más felices,
nuestra risa,
el cenicero atónito de nuestro abrazo).
Se llamaba como el mar y eran sus ojos como lluvia bajo
el trópico.
Eran las veleidades de nuestro naufragio,
eran las horas de nuestra orfandad.
(De Salvaje cielo azul)
Hospicio
Si termino un día en el hospicio,
pido por favor que no te olvides de mi canto.
Llévame unas pequeñas cosas clandestinas:
un tigre de peluche,
unas barajas,
una cajetilla de tabaco,
pero no me dejes a mi suerte ahí dentro,
donde me vuelvo cada vez un poco menos cuerdo,
donde me pierdo cada vez un poco más
en el trayecto entre un recuerdo y
otro,
porque soy acaso cada vez un poco menos
yo,
y mi memoria adquiere dientes blancos,
flores negras, ceniceros amarillos,
y mi cuerpo se siembra de costillas,
y mis sueños, mientras tanto, cada vez más
lúcidos,
y mi par de pobres manos ya no escriben más
sino que tiemblan…
Si no puedo un día ya con el encierro, con la
enfermedad,
si es que lo único que busco es un salvaje cielo azul,
o algo de lluvia en tu mirada,
no seas, ese instante, quien me deja, quien
se va.
Si es que llega el día en que el delirio
ha fulminado mi cabeza,
si es que llega el vía crucis
y a mi flaco torso destrozado se ciñe
la camisa de fuerza del vacío,
no seas tú quien me abandona.
La locura,
el horror,
la luz final;
nada de esto me es sino liviano
si yo presiento tu caricia.
Si pierdo aún más mi norte un día,
y me es esquiva la palabra que te nombra,
no perezcas, por favor, en el abismo del espanto.
Cuando la camilla esté, por fin,
entrando al habitáculo del pánico y la
desgarradura,
no me olvides;
dame un beso antes del shock.
(De Salvaje cielo azul)
el relinchar de tu estertor silencio
pienso en país y pienso en cosas de inmediato feas, deslustradas
botas con clavos penetrando el sangrante piso de la piedra,
un coche bomba esta mañana en la terpel,
una pistola que ni es la tuya ni la mía – entrando
y saliendo de tu tajo, amor, brillante su cañón empapado de ti –
pero pienso en tu andar y digo espacio tribu,
animal temblor de mi temblor, piel en mi piel que me recubre,
que se abre y que sostiene bajo la lluvia o bajo el sol:
pienso en país, lo olvido, no importa y nunca importó
más que el paisaje, salvajada, sobre el que galopa tu herradura,
la tierra que tú pisas el relinchar de tu estertor silencio
en lo único que pienso cuando pienso que pensar país
es ínfimo, mi carnaval, es en crepúsculos purpúreo anaranjados
lo que cuando en llamas pecho pienso cuando dices:
eres mi pueblo, amor, eres mi pueblo,
y yo te digo, amor: eres mi pueblo, eres mi pueblo.
(Inédito)
Mateo Febres Guzmán (Quito, Ecuador, 2000). Ha publicado poemas y relatos en Revista Zur (Chile), Diario El Telégrafo (Ecuador), El Camaleón (Guatemala), y Argos UdeG (México), entre otras publicaciones. Su primer poemario, Salvaje cielo azul, obtuvo el Premio de Poesía Dolores Veintimilla 2022, otorgado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Estudió Relaciones Internacionales y Periodismo en México, y actualmente cursa la maestría en Estudios Literarios de la Universidad de Buenos Aires. Estos poemas de Mateo Febres Guzmán son una muestra de su obra poética que hace parte de la literatura ecuatoriana contemporánea.
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