‘Una firma de Palacio entre mis libros vanguardistas’, de Neal Moriarty

julio 18, 2023
7 min read

Crónica sobre el hallazgo de una edición de ‘Vida del ahorcado’ firmada por Pablo Palacio. Neal Moriarty (Richard Jiménez) hace un breve examen de la literatura palaciana y por qué se lo considera el principal referente de la vanguardia ecuatoriana.

Mi primer acercamiento a la obra de Pablo Palacio (1906-1947), insigne vanguardista lojano, fue en la época del colegio. Un profesor de literatura, como tantos otros de este país imaginario, seguramente siguiendo un pénsum preestablecido, nos mandó a leer un par de cuentos. Para cumplir con la tarea asignada, fui con mi padre a la principal papelería/librería del barrio en el que vivía a adquirir alguna antología. Mi padre me compró las Obras escogidas de Palacio, editadas por El Conejo. 

El docente nos había mandado a leer lo que, según él, eran los paradigmas palacianos: ‘Un hombre muerto a puntapiés’, ‘Débora’ y ‘El Antropófago’. Si bien, en mi precocidad literaria, leí por obligación más que por gusto, lo leído no me dejó indemne y quedó resonando en mi interior hasta tiempo después, cuando volví a encontrarme con Palacio en la universidad, pero en esa ocasión sí que lo leí por mero placer. 

Para ese entonces, junto con mi amigo Juan Pablo Neira recorríamos las librerías de viejo de la ciudad de Quito tratando de pescar alguna joya de literatura nacional; siempre en búsqueda de esa edición rara, de una edición príncipe, o de una que tuviera la firma del autor. Empresa que la mayoría de veces resultaba fácil, pues en ese entonces —hablo de hace más de diez años— la mayoría de vendedores no sabían lo que tenían en sus estanterías; me refiero, principalmente, al desconocimiento de literatura ecuatoriana. 

En cuanto a bestsellers, libros de autoayuda y literatura ultra universal, sí que estaban empapados y los vendían a precios un tanto elevados, para ser ejemplares usados. Hubo ocasiones en las que, incluso, compré libros al peso sin gastar demasiado, me explico: uno se acercaba al vendedor o vendedora en cuestión con un libro de algún autor o autora nacional, uno no tan solicitado; este era examinado por su grosor y si era contundente, el precio resultaba mayor que uno, por decirlo de alguna forma, flaquito. Fue así como nos hicimos de buenos títulos, aunque siempre adoleciendo de lo que para nosotros eran santos griales, como lograr tener una primera edición de Palacio; o, mejor aún, tener un libro con su firma. 

Y se preguntarán, ¿de dónde se surtían esas librerías con títulos de semejante naturaleza? La mayoría los compraban directamente a familiares de bibliófilos fallecidos, de diplomáticos y de algún escritor menor, pero que había sido contemporáneo de alguna vaca sagrada. Sé de toda esta movida porque trabajé algunos años para un librero así. Uno que, un domingo, compró parte de la biblioteca personal de uno de los sobrinos del gran Jorge Carrera Andrade: el escritor Carlos Carrera Barreto, especialista en literatura infantil, fallecido el 2009.  

El librero del que hablo me citó ese domingo para que lo ayudara a bajar los ejemplares, recién comprados, de una camioneta y que los acomodara al interior de su librería. Mi pago por ese día consistió en tener la primicia de hacerme de un lote de lo que me interesara. Entre el botín, me quedé con dos libros de Pablo Palacio, ambos primeras ediciones: Un hombre muerto a puntapiés, impreso por la Universidad Central, y fechado 1927; y Vida del ahorcado, impreso por los Talleres Nacionales, y fechado 1932. Sobra decir que, para mí, significó algo así como haber ganado la lotería, haber sido favorecido por los dioses de la literatura, o, simplemente, fue una serie de causalidades que decantaron en lo que pasó.

En lo eventual tuve que reparar Un hombre muerto a puntapiés, cuyo estado era deplorable por el paso de los años. Vida del ahorcado, en cambio, fue truequeado con mi amigo Juan Pablo Neira por varios libros de su colección. Lo hice porque se lo debía por haber perdido un libro suyo sobre la homosexualidad en la literatura Latinoamericana, y por ser mi partner en las pesquisas de libros. En fin, de los dos Palacios conseguidos me había quedado solo con uno.   

Años después, habiendo dedicado varias horas de estudio a la obra palaciana, incluso dentro de mis quehaceres cuando fui maestrante de Literatura Hispanoamericana, los cuales me permitieron leerlo con binoculares de crítico literario, entendí que el vanguardista lojano fue uno de los puntales de la modernización de la narrativa ecuatoriana. Palacio, a diferencia de los principales representantes del realismo social de la década de los treinta (Jorge Icaza, el Grupo de Guayaquil), pasó sin empacho de lo rural a lo urbano, y se atrevió a jugar con la psicología de lo abyecto y de lo raro. Fanático del monólogo interior y precursor de la novela de estilo collage (Vida del ahorcado), descompuso lo espacio-temporal, y dio mayor importancia a lo metafórico en el discurso. 

A pesar de haber pertenecido al partido socialista ecuatoriano, no cayó en una literatura panfletaria. A través de sus obras invita a sentir repulsión, al retratar problemáticas histórico sociales, con el fin de despertar a los lectores. Tanto el realismo social como el vanguardismo tuvieron al lector de clase media como principal consumidor, lo que ocasionó que el mensaje sobre los derechos del indígena, del afro o del montuvio no llegasen al sujeto oprimido, personaje de los mismos textos. Palacio fue muy consciente del fenómeno, por lo cual presentó a tal lector los males y las contradicciones de su propio mundo, generando un modelo de crítica desde el interior, mostrando la realidad urbana a la clase media sin mitificaciones.        

De regreso al tema del coleccionismo de libros, diré que, nuevamente, la suerte me sonrió cuando pude volver a conseguir Vida del ahorcado, de la mano de un librero chileno que sí sabe de literatura ecuatoriana, por lo que el precio del ejemplar adquirido fue justo, y llegó en un momento de buen poder adquisitivo de mi parte. Y no solo que la suerte me sonrió, sino que se ‘cagó de la risa’, porque el libro, edición príncipe, me vino con la mismísima firma de Pablo Palacio, convirtiéndose en un tesoro de incalculable extrañeza. En su primera página trae la rúbrica y una corta dedicatoria: «Para Enrique Terán, con todo mi afecto». Esto, y un sello en el interior con el nombre «Enrique A Terán», me hace inferir que el libro pudo haber pertenecido al también escritor, caricaturista y músico Enrique Terán Vaca, quien fue amigo de Palacio.

Terán, autor de la famosa novela de realismo social llevada a la gran pantalla, El cojo Navarrete, de 1940, también fue parte del partido socialista. Según el historiador Rodolfo Pérez Pimentel, fue el encargado, en 1933, de redactar las doctrinas estéticas del Vanguardismo lírico en la revista Élan, grupo al que Palacio estuvo vinculado. 

Asimismo, Terán fue de esos escritores que sacudieron el avispero ecuatoriano de la primera mitad del siglo XX; muestra de esto, la revista Caricatura, semanario humorístico y crítico que fundó junto con intelectuales como Alberto Coloma Silva, Jorge Diez, Guillermo Latorre, e incluso Jorge Carrera Andrade. 

Coincidente con un vanguardismo de corte palaciano, en 1932 Terán escribió para Élan: «El vanguardismo, como los nuevos conceptos de vida, como la nueva moral sin dogmas, como todo lo que nace del dinamismo de las masas y de las filosofías sociales, es una expresión espontánea de todos los puntos de la tierra donde existen problemas sociales y tradiciones literarias».

Referencias:

Garzón, Gustavo. 2011. “Pablo Palacio o la más terrible risa de Quito”. En Más allá de la transparencia, Quito. pp. 9-15.

Pérez Pimentel, Rodolfo. s.f. Palacio Pablo, en Diccionario Biográfico. https://rodolfoperezpimentel.com/palacio-pablo-2/.

—. s.f. Terán Vaca Enrique, en Diccionario Biográfico. https://rodolfoperezpimentel.com/teran-vaca-enrique/.

Terán Ávalos, Daniel Sebastián. 2016. “«Racionalidad geométrica» en Vida del ahorcado (novela subjetiva) de Pablo Palacio: alucinamiento en modernización”, Tesis de maestría, Universidad Andina Simón Bolívar. 

Terán, Enrique. 1932. “El arte de vanguarida”. En Élan 4-5, Quito. pp. 122-128. 

Neal Moriarty «Richard Jiménez A.» (Quito, Ecuador, 1988). Fundador y director de la revista literaria Matapalo. Es firmante y parte del movimiento Terror Latinoamericano y parte del proyecto Escritoras Olvidadas de América Latina Capítulo Ecuador. Autor de DisTinta mirada, poetas ecuatorianas (Efecto Alquimia, Quito, 2022). Ha publicado la novela 47-Ojos (Ápeiron Ediciones, Madrid, 2022) y el poemario Poemas masacrados (Casa de las Culturas, Quito, 2023). Esta crónica sobre Pablo Palacio de Neal Moriarty es una muestra de un análisis creativo sobre la literatura ecuatoriana.
linktr.ee/nealmoriarty

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Saludos Podríamos hacer una entrevista sobre Paúl Puma Avísenme si están interesados Atte Judith Salas Ayala El correo de Paúl Puma Es paul3puma@yahoo.com 
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