La literatura es un diálogo con el pasado, permite una conversación imposible. Las cartas de Andrea Alejandro Freire son una respuesta a aquello que los libros le han dicho. Las páginas escritas por Marguerite Yourcenar y Antonin Artaud resuenan con una búsqueda personal que desafía al propio cuerpo y a la identidad que lo habita, atravesada por el anhelo de la belleza.
Fotografía por Alvi Tercero.
Tercera Carta a Marguerite Yourcenar
Querida Marguerite,
Lo he decidido. Quiero otro nombre, un nombre cercano. Un nombre para llamarme en el día y repetirlo en la noche antes de dormir.
Quiero un nombre dulce como el tuyo, un nombre para saborear cada letra. Un nombre que contenga muchas imágenes y sonidos. Quiero un nombre que suene a mar. Cuando digo Marguerite veo flores, muchas flores pendiendo de hilos y siendo acariciadas por el viento. Un inmenso jardín con olor a frutos amarillos.
Sé que si respondieras esta carta el papel olería a invierno, y al acariciarlo sentiría la textura de un sauce llorón. Te has preguntado, ¿cuánto dura la eternidad? La eternidad dura lo que se tarda en llenar un roble de poemas. Nunca me has contado sobre tu árbol favorito. Guayacán, roble, sauce, cedro, caoba. ¿Cuál será el árbol que atraviesa tu historia? Nunca hemos hablado de las flores, ¿te gustan las flores? A mí me gustan los girasoles porque tienen un gran botón suave donde puedo frotar la barbilla. Me agradan las caricias de la naturaleza, siempre me reconfortan.
Hace pocas noches soñé contigo, que caminabas sobre las nubes envuelta en un vestido de iris, jazmín y gladiolos. Te veías tan hermosa como un lirio de la mañana y sentí ganas de ser aire para elevarme y caminar junto a ti.
He comenzado un nuevo poema a partir de un verso tuyo. Cuando esté listo te lo mostraré. Mientras escribo esta carta la casa se inunda de olor a margaritas. Es un magnífico olor.
Te escribiré pronto,
Andrea Alejandro
Segunda Carta a Antonin Artaud
Querido Antoine,
Tengo la necesidad de escribir esta nueva carta para ti, te siento cercano y te guardo gran afecto. Me lo he pensado mucho, hablando del afecto, y creo percibir que uno siente afecto por la gente que está afectada como una misma. Es decir, atravesada en la carne por lxs otrxs.
¿Qué sensación te dejaba el electroshock? Yo siento que la carne se desprende de mí y el espacio que queda entre mis músculos y mi carne está llena de sangre espesa que se agolpa y vibra violentamente. En esos momentos sentía que aún vivía porque la sangre dentro de mí ondeaba y vibraba como un océano furioso. Temblores, a mí en la noche me acontecen tremores en el pecho. Son los recuerdos de los días aquellos en que me quitaron el dominio de mi cuerpo. La ausencia más profunda es la ausencia de uno mismo.
Siempre he pensado que tu lucidez viene de tus entrañas, querido Antonin. En tus entrañas hierve tanta miseria que emerge convertida en luz. La luz que solo alguien que conoce las tinieblas puede dar. Alguna vez me dijiste que a veces sentías que tu cabeza era aplastada por caballos desbocados que te pisotean una y otra vez. No son caballos, querido Antonin. Son voces extranjeras que te gritan: enfermo, enfermo y sombrío. Como si levantarse todos los días para emprender una rutinaria y decadente labor fuese signo de sanidad.
Antonin, a veces me da espanto mirar mi propia carne. Siento que mis sienes se vuelven polvo. Ahora entiendo a qué te referías cuando decías sentirte en vidrio y frágil. Me siento liviana como un gas. Me lleno de aire y te sigo escribiendo, la carne que me espanta es también la carne que me maravilla. Mi cuerpo es como el tuyo: bello pero espantoso. Y solo es bello porque es espantoso. Cargamos con nuestra propia belleza y nuestro propio espanto a cuestas.
Antonin, eres bello y espantoso. Como un grito que recoge todo, que equilibra lo que cae y recompone lo que está destruido.
No quiero terminar esta carta sin contarte que soñé contigo, mi madre Yemayá y Tesla. Tuvimos un viaje por las profundidades de los mares hasta que encontramos a mi madre Yemayá. Sonreías mucho. Corrimos hacia el mar y luego cabalgamos a caballo las profundidades del océano y volví a verla. Tan hermosa e incorpórea como siempre, se desvaneció entre mis manos. Nikola recogió las lágrimas del caballo, pero al final fuiste tú quien se llevó el cántaro. Antes de marcharte me recordaste que nunca deje de luchar. Ahora mismo mientras escribo miro mi lanza apoyada en la pared. Sé que te gustan mucho las lanzas de piedra y ónice. Pronto tendrás la tuya. Espero encontrarte pronto en el mar o en alguna noche que se niegue a ser consecuente con su temporalidad.
Te abrazo, te abrazamos.
Andrea Alejandro
Andrea Alejandro Freire // Drejanx (Guayaquil, Ecuador, 1989). Performer. Butohka. Gestorx cultural. Escritorx. Activista marica seropositivo. Licenciado en Creación Teatral por la Universidad de las Artes. Editorx de Máquina Púrpura Ediciones, editorial independiente que aborda lo torcido, la estética abyecta, el pensamiento transfeminista y las disidencias sexo-genéricas. Curadorx independiente. Directorx de Las Maricas no olvidamos, espacio que trabaja en la sistematización, restauración, protección, edición, producción, difusión y la reivindicación de los archivos sexo-disidentes en Ecuador.
*Estos fragmentos corresponden al libro ‘Camino de letras que desaparece en un sobre’ (Editorial Funes, 2023)
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