‘La orilla guatemalteca: diálogo con Rodrigo Rey Rosa’, por Shubert Silveira y Juan Romero Vinueza
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‘La orilla guatemalteca: diálogo con Rodrigo Rey Rosa’, por Shubert Silveira y Juan Romero Vinueza

diciembre 20, 2023
12 min read
Rodrigo Rey Rosa entrevista

Rodrigo Rey Rosa, uno de los autores más destacados en lengua hispana, aborda en su obra temas como el poder, la identidad y la exploración de la psique humana. En esta entrevista, Rodrigo Rey Rosa nos habla de la evolución de su poética, las escrituras sobre violencia y la exotización de las letras del sur global.

Fotografía por Cherie Nutting.

Rodrigo Rey Rosa es, desde hace varias décadas, uno de los escritores más destacados en lengua hispana. A lo largo de su extensa carrera, ha demostrado ser un maestro de la narrativa y un observador agudo de la condición humana. Sus obras han trascendido fronteras y se han convertido en parte fundamental de la literatura latinoamericana contemporánea. Rey Rosa ha explorado una amplia variedad de géneros literarios como el ensayo, la novela o el cuento, y dirigió la versión cinematográfica de su novela Lo que soñó Sebastián

Sus historias, siempre breves, suelen abordar temas como el poder, la identidad y la exploración de la psique humana, así como la violencia en su país natal, Guatemala. Con un enfoque literario que a menudo se aleja del realismo convencional, sus obras desafían las expectativas y ofrecen una visión única del mundo. En palabras de Roberto Bolaño: “Decir que Rodrigo Rey Rosa es el escritor más riguroso de mi generación y al mismo tiempo el más transparente, el que mejor teje sus historias y el más luminoso de todos, no es decir nada nuevo”. 

En esta entrevista, el autor nos habla de Guatemala, la violencia, la exotización de las literaturas del Sur y su poética literaria.

En su obra, a menudo usted utiliza un lenguaje y un estilo narrativo sobrios. ¿Cómo cree usted que esta elección estilística contribuye a la representación de la violencia en sus escritos?

Creo que el estilo consiste en una adecuación de la escritura a la manera de pensar.  De joven, cuando comenzaba a escribir, la violencia se manifestaba espontáneamente. No fue un tema que yo escogiera. Me venía a la pluma, por así decirlo. Aunque con la edad eso va cambiando.  Creo que la imaginación violenta tiene que ver con la atmósfera en que se vive, y si uno vive en un país donde la violencia es pan de todos los días, eso refleja de alguna manera en lo que escribe.

En los cuentos de ‘Ningún lugar sagrado’, el espacio principal es New York; Guatemala apenas aparece. Sin embargo, la violencia sigue presente y a veces –como en el cuento «Poco-loco»–, es una violencia sin sentido, sin ideología. En libros como ‘Que me maten si…’ o ‘Piedras encantadas’ hallamos personajes faltos de esperanza. En ‘La orilla africana’, los personajes parecen estar perdidos o sin un rumbo fijo. Esto es independiente de si la acción sucede en Guatemala, Marruecos, Francia, Inglaterra o Estados Unidos. A la hora de escribir, ¿cuál es la importancia que le da a la construcción de los personajes y cuál al espacio en el que van a interactuar?

Los personajes generalmente se me presentan como ya construidos. Yo los observo, trato de entenderlos, pero no dicto su manera de proceder. O por lo menos no conscientmente, o solo semiconscientemente. El espacio también lo recibo como una visión, no como un telón de fondo.

En ‘Piedras encantadas’ encontramos frases que interpelan a Guatemala, como por ejemplo: «Los guatemaltecos eran el resultado de una mezcla de dos (o tres) pueblos, en la cual los elementos negativos de cada uno se combinaban para excluir sus virtudes», o «El aire guatemalteco es tóxico —dijo él. (¿Tal vez eran los gases emitidos por tantos volcanes?)—. La gente que vive aquí es como de piedra, es gente muerta». 

Estos pasajes pueden evocar a autores como Thomas Bernhard (Austria), Rubem Fonseca (Brasil), Fernando Vallejo (Colombia) y Horacio Castellanos Moya (El Salvador). ¿Cómo ha sido recibida su obra en Guatemala? ¿Este tipo de pasajes en boca de sus personajes causaron alguna polémica en su país? Bajo esta perspectiva, ¿cómo se ubica usted dentro de la literatura y la tradición guatemalteca? 

No creo que a muchos lectores guatemaltecos les guste lo que escribo, si se ven reflejados en lo que escribo. Pero hay algo de verdad en eso que usted  cita sobre la dureza y la toxicidad guatemaltecas. Existen. Reconocer cosas así puede herir el amor propio. Pero en Guatemala la literatura actualmente no es causa de polémica, que yo sepa. 

¿Cómo ha evolucionado su enfoque en la representación de la violencia a lo largo de los años en sus obras, desde los primeros cuentos de ‘El cuchillo del mendigo’, las secuelas en ‘El cojo bueno’, las lobotomías en ‘Cárcel de árboles’, hasta las distintas variantes de la rapiña social en ‘Lo que soñó Sebastián’ y otras novelas cortas como ‘Que me maten si…’, ‘Piedras encantadas’, y ‘Caballeriza’, todas ambientadas en este marco político tumultuoso?

Pero en los primeros cuentos no hay un  marco político, solo una atmósfera opresiva. Si se puede hablar de evolución, entonces diría que el enfoque ha pasado de ser introspectivo a lo contrario, a ser más bien “extrospectivo”, aunque creo que esta palabra no existe en español.

El cuento “Negocio para el milenio” parece ser una respuesta a una noticia real sobre la construcción de una cárcel privada en Estados Unidos, mientras que la novela ‘Carta de un ateo guatemalteco al Santo Padre’ nace de una carta que usted mismo envió al Papa Francisco. En ‘Cárcel de árboles’ usted imagina una cárcel en la selva guatemalteca, que luego resulta ser real. También, cuando recurre a los archivos para su libro ‘El material humano’, en determinado momento le prohíben la entrada al archivo. Es como que esa falta (de realidad) le hace crear la realidad alterna (ficción). ¿En qué medida considera que la interacción entre realidad y literatura influye en su trabajo? ¿Cree que la literatura tiene el potencial de generar cambios en la realidad en algún sentido?

Sin duda la literatura, la escritura, en el sentido más amplio, ha generado cambios en la realidad, en nuestra realidad al menos. Sin la escritura no seríamos lo que somos. Pero no son siempre cambios positivos. La literatura es parte de nuestra realidad, y por el solo hecho de existir la modifica, ¿no? Pero tal vez no he entendido la pregunta. 

En el cuento que da nombre a uno de sus libros, «Ningún lugar sagrado», el narrador menciona: «No soy judío ni musulmán. Y hago todo lo posible por no ser demasiado cristiano. Es difícil, claro. De adolescente era bastante religioso. Me interesaba la mística. Mucho. Hasta soñaba con ser santo. ¿Puede creerlo? Ahora aspiro a ser ateo. Es irónico. A veces me parece que la santidad, por absurdo que suene, es la única salida». Veinte años más tarde, escribió ‘Carta de un ateo guatemalteco al Santo Padre’, su última novela. ¿En qué medida considera que la religión o la búsqueda de lo divino está presente en su literatura?

Es claro que están presentes. En qué medida, no estoy seguro. Cuestiones como esta creo que son materia para los críticos.

En mis próximas preguntas, me gustaría explorar la posible influencia de dos escritores en sus obras. Puede que ‘Severina’ sea una de sus obras más luminosas. A pesar de la presencia de crimen y muerte, la protagonista es una ladrona de libros que presenta elementos de la picaresca, resultando simpática a los lectores a pesar de sus delitos. Además, los protagonistas son «salvados» por un Corán que contiene anotaciones de Borges. ¿Cómo interpreta la influencia del autor argentino a lo largo de su obra? ¿Cree que podría hablarse, como menciona Harold Bloom, de una «angustia de las influencias»? O, por el contrario, ¿considera que Borges, como se presenta en la novela ‘Severina’, es una clave para superar las adversidades poéticas y literarias?

Siempre he afirmado que leer a Borges me llevó a querer ser escritor. En una época en que creía que no iba a intentar nunca escribir relatos largos o novelas, por influencia de Borges, llegué a sentirme paralizado. La forma de la novela, o, más precisamente, de la novela corta, me ayudó a escaparme de esa fase angustiosa. Pasar de cuentos de cinco o máximo diez páginas, como los de El cuchillo del mendigo y El agua quieta a un texto más extenso, como Cárcel de árboles no me fue fácil. Pero fue una liberación. 

En una de sus novelas más originales y desconcertantes, ‘El material humano’, usted escribe: «¿Quién fue el contemporáneo de Asturias que sostenía que para pensar en un proyecto de nación válido para Guatemala era necesario permitir que los indígenas se convirtieran en ciudadanos plenos, no privados de sus derechos como vivían entonces —y en muchos casos todavía hoy? No logro recordarlo, y sin embargo existió, ese contemporáneo, escritor o historiador injustamente olvidado. Es de los pocos que yo haya leído que no se deja seducir por la idea de una «nación eugenésica» y el absurdo proyecto de «importar sangre europea para mejorar la raza» que propugnaba Miguel Ángel Asturias». Siendo Asturias un premio Nobel y una referencia inevitable en la literatura guatemalteca, ¿en qué medida cree que su propia literatura se desarrolla en oposición, en apoyo o independientemente de la obra de Miguel Ángel Asturias? ¿Cómo se posiciona usted mismo dentro de la literatura guatemalteca?

Los escritores, por grandes que sean, pueden estar muy equivocados en cuanto a política se refiere, sobre todo en cuanto a la política de sus propios países. Afortunadamente, no todos se equivocan. Este señor, de cuyo nombre nadie se acuerda, no se equivocó al proponer un proyecto de nación en que todos los guatemaltecos fueran ciudadanos plenos, como no lo eran los mayas a mediados del siglo XX. Lo que hago tiene poca relación con la literatura de Asturias, porque lo he leído poco y no es un autor a quien me gustaría verme asociado, geografía aparte. 

Aunque ya se vislumbra un interés por la psiquiatría en ‘Cárcel de árboles’, ¿qué ocurrió después de ‘El material humano’ y su trabajo en el archivo policial? En una conversación con el escritor chileno Diego Zúñiga, mencionó que estaba revisando los archivos del Neuropsiquiátrico Nacional de Guatemala. ¿Pudo utilizar de alguna manera esa información del archivo en su trabajo posterior?

Tengo en varias cajas los documentos que recopilé por ese tiempo. Diagnósticos, cartas de los internos a familiares o a alguna autoridad… Dibujos, poemas, ensayos… Fotografié más de mil folios originales, provenientes de carpetas que habían estado sin abrirse durante décadas, que ningún estudioso o estudiante de psiquiatría, psicología o leyes se hubiera interesado en hurgar por ahí. Más allá del escándalo de los experimentos sobre la transmisión de la sífilis en pacientes sin su consentimiento (gracias a un Dr. Cuttler)… pero no llegué a hacer nada más con todo eso. “El recurso de la locura”, había pensado en un título así. Tal vez no es buena idea pensar en el título antes de escribir libro.

Respecto al archivo, ¿en qué medida considera que su novela ‘Lo que soñó Sebastián’ y su adaptación cinematográfica funcionan en sí mismas como archivo/documento de la selva de Petén, ese lugar que ya no existe en Guatemala?

Sí, esa película puede verse como un documental ficcionado. Anuncia la destrucción que ocurriría pocos años después de que fue filmada, una destrucción que ya se veía venir. 

En su obra ‘Otro Zoo’, la paternidad ocupa un lugar central. A diferencia de la mayoría de sus trabajos, caracterizados por su realismo sobrio, este último libro de cuentos se aventura en el género fantástico. ¿Qué inspiró este cambio en su enfoque literario? ¿Considera que los miedos que los padres experimentan en relación con sus hijos pueden encontrar una expresión más eficaz a través de los elementos ominosos que la literatura fantástica proporciona en comparación con el realismo?

Pero ya en mis primeros cuentos había rasgos de lo fantástico, ¿no? Creo que el miedo transmite muy bien clave fantástica. En el género realista las causas de los miedos tienden a rebajarse a problemas psicológicos o sociales; en el género fantástico son irracionales y pueden ser la expresión de una angustia existencial o atávica.

Violencia y exotismo son dos palabras que, probablemente, reflejan parte de lo que es Latinoamérica. Al menos, lo que los lectores no latinoamericanos perciben de nuestra literatura y de nuestra región. Específicamente, hablando de literaturas donde la violencia ha sido imperante, sobre todo en las últimas décadas, tales como Centroamérica, Colombia, Chile o México. ¿Cómo ves esas dos perspectivas? ¿Es inevitable hablar de la violencia o se está llegando a un punto de convertir la violencia en un “cliché” latinoamericano?

Parece natural que un no latinoamericano nos perciba como exóticos. Somos exóticos, o marginales, o pintorescos respecto de Europa, pero también respecto de África. No me parece un problema. Es una fatalidad. Hay que arreglárselas con eso como nos las arreglamos, en el plano individual, con el aspecto físico que nos ha tocado tener. No podemos hacer casi nada al respecto.  Podemos encontrar maneras distintas de atacar el tema de la violencia, pero poco más. Pero ¿qué piensa usted de la violencia en la novela estadounidense? ¿O en la noveña árabe? ¿O en las literaturas antiguas? La brutalidad, la violencia, está en todas partes. 


En sus narraciones existe un interés por el paisaje y el lugar (como espacio geográfico). Particularmente, en ‘Tres novelas exóticas’  (‘Lo que soñó Sebastián’, ‘La orilla africana’ y ‘Tren a Travancore’) donde Guatemala, Marruecos e India son retratadas. Los tres son sitios exóticos para el “norte global”, sobre todo Marruecos y la India, lugares que han sido trabajados por autores europeos y norteamericanos. Asimismo, Marruecos y la India resultan exóticas para un lector latinoamericano; y seguramente Guatemala resulta exótica para los lectores marroquíes o indios. ¿El llamado “sur global” está condenado al exotismo?

El término es relativo, como usted dice. Para los lectores del centro –y en este caso el centro cultural sería Europa, ¿no?, ¿O Estados Unidos?– los escritores de la periferia somos exóticos. El título Tres novelas exóticas tenía intención irónica. Estamos destinados a ser percibidos como exóticos. Pero no sé si eso sea una condena. 

Pensando en las constantes crisis políticas, sociales y de seguridad en Guatemala, a partir de ‘El país de Toó’, libro donde hay una contraposición entre el mundo maya y los entramados de corrupción, destrucción y muerte causados por las esferas de poder mestizas y blancas. El mundo maya es una particularidad muy notoria en Guatemala, pero también en el sur de México. ¿Se podría repensar a Guatemala integrando al mundo maya en las esferas de poder o incentivando una jurisdicción o ley indígena que también rija y vele por esos intereses distintos que siempre han sido dejados de lado?

Claro, pero es algo que se debería pensar y poner en práctica desde la perspectiva maya. Pero ya hoy en día el mundo maya, como usted lo llama, está jugando un papel primordial en la vida política de Guatemala, y será determinante en la lucha que se libra ahora mismo para mantener cierto orden democrático y para reducir la corrupción institucionalizada. Son sobre todo las organizaciones indígenas, lideradas por los 48 cantones de Totonicapán –una organización maya integrada por comunidades de la etnia K’iche’– quienes han protagonizado las protestas multitudinarias contra el intento de golpe de estado técnico que sigue fraguándose desde la administración actual para impedir que el presidente electo y su partido tomen posesión después de haber ganado las elecciones recién celebradas.

Rodrigo Rey Rosa (Ciudad de Guatemala, Guatemala, 1958). Estudió cine en Nueva York. Durante su estancia en Tánger, Marruecos, colaboró con el escritor Paul Bowles, quien tradujo sus primeras obras al inglés. Además de trabajar como periodista, incursionó en el mundo del cine y dirigió Lo que soñó Sebastián, una película basada en su propia novela, presentada en el Sundance Film Festival 2004. Ha sido galardonado con el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias en 2004 y el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso en 2015. Actualmente reside en Guatemala y es reconocido como uno de los mejores escritores contemporáneos de América.

Shubert Silveira (Paysandú, Uruguay, 1991) Estudió filosofía en Montevideo, Psicología en Varsovia y Filología en París.

Juan Romero Vinueza (Quito, Ecuador, 1994) Estudió Literatura en Ecuador y México. Ha publicado en poesía: Revólver Escorpión (2016), 39 poemas de mierda para mi primera esposa (2018; 2020), Dämmerung [o cómo reinventar a los ídolos] (2019; 2021), Mención de Honor del Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade 2019, lírica fracturada para traductores tristes (Ecuador, 2021), ganador de la Convocatoria Editorial 2021 del Municipio de Cuenca, y Breves escenas de irrealismo suburbano (2023), ganador de los fondos editoriales de la Secretaría de Cultura Quito 2023. Su libro Pintura mal escrita mi memoria resultó ganador del I Premio Internacional de Poesía de la AHLIST y el Centro de Estudios Literarios Antonio Cornejo Polar, y se publicará en 2024.

Cuéntanos en los comentarios qué te pareció esta entrevista a Rodrigo Rey Rosa por Shubert Silveira y Juan Romero Vinueza.

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